Algunas reflexiones personales y otras desde la filosofía sobre la pandemia

Estamos todos sometidos a una enorme presión psicológica con esta terrible pandemia, al estar profundamente desorientados y preocupados ante el presente y ante el futuro. No estábamos preparados para enfrentarnos a tal adversidad. Ni los gobiernos ni los ciudadanos.

Los gobiernos no saben cómo abordar el covid-19 a nivel sanitario, ni tampoco sus secuelas políticas, sociales y económicas. Según el filósofo chino Yuk Hui, la manera autoritaria china (o asiática) mostró un eficiente manejo de la población mediante el recurso a tecnologías de vigilancia de los consumidores que ya estaban muy extendidas (reconocimiento facial, geolocalización a través de dispositivos móviles, etc.) y que permitieron trazar la propagación del virus. Cuando se dispararon los contagios en Europa, se seguía debatiendo si debía usarse o no este tipo de información personal. Si realmente tuviésemos que elegir entre los modelos de gobernanza “asiático autoritario” y “occidental liberal/libertario”, el primero parecería más aceptable a los fines de enfrentar catástrofes futuras, ya que la manera libertaria de gestionar este tipo de pandemias es esencialmente eugenista: permite que los mecanismos autorregulados de la selección eliminen rápidamente a la población más anciana”. Lo estamos constatando dramáticamente en España, ya que la mortalidad se ha cebado de una manera cruel en las Residencias de ancianos.

A nosotros los ciudadanos nos ha cambiado la vida completamente. A nivel laboral, unos, perdiendo el trabajo; otros, los más afortunados, han tenido que adaptarse sobre la marcha al teletrabajo. A los que estudian, muchos adaptarse a la enseñanza virtual. De la misma manera el profesorado. El personal sanitario ha sufrido extraordinariamente la pandemia al tener que ser la fuerza de choque ante el covid-19, agravada la situación por los recortes sanitarios en los años precedentes. Determinados trabajos de suministros imprescindibles deberíamos valorarlos en su justa medida. La sociedad debería estar profundamente agradecida a cajeras de supermercados, camioneros, agricultores, policías, bomberos, etc. No puedo desaprovechar la ocasión para valorar a los repartidores de determinadas empresas en medio de la pandemia, en su gran mayoría inmigrantes. Y todavía habrá cabezas cuadradas, auténticos cenutrios, que alardean de xenofobia y racismo. A no pocos de estos, es probable, no mejor seguro, que será alguna rumana o colombiana quien tendrá que cuidarlos en los últimos años de su vida.

Nuestras relaciones sociales con la familia y los amigos han sido profunda y dramáticamente modificadas. Con los confinamientos ha resultado muy duro no poder ver, tocar y abrazar a nuestros padres, hijos o nietos. Nos hemos consolado con la videoconferencia y los móviles. Una vez abandonados los confinamientos, con la “distancia social” podemos vernos ante situaciones duras e imprevistas, como cuando, lo digo por experiencia personal, un nieto te dice “Yayo cuando te podré dar un beso de verdad”. Nuestras relaciones con los demás han cambiado también radicalmente, ya que los vemos como un posible foco de contagio. Nos cruzamos de acera frecuentemente para no rozarnos. Agamben lamenta que estamos sacrificando «relaciones sociales, trabajo, incluso amistades, afectos y convicciones religiosas y políticas» por «el peligro de enfermarnos».¿Qué es una sociedad», pregunta Agamben, «que no tiene otro valor que la supervivencia? Para evitar el contagio modificamos nuestro ocio: Nos resistimos a entrar a un restaurante; a viajar en un trasporte público; a subirnos a un avión para ir de vacaciones, etc. ¿El sexo será cada vez más virtual?

Ha sido para muchos engreídos una cura de humildad. Gente con negocios boyantes han tenido que cerrar. Muchos hemos sido conscientes de nuestra fragilidad. Son muchas las sensaciones y emociones surgidas, que como podemos, tratamos de digerirlas. Además al estar sometidos a una sobredosis informativa, siempre dramática con contagios, la escasez de camas y ucis en los hospitales y cifras de fallecidos, sin que se vislumbre una salida a corto plazo de este túnel, nuestra tensión emocional va en aumento. Para superarla no queda otra opción que dedicar el tiempo a la leer, a escribir o escuchar música. Ha cambiado nuestra subjetividad, nuestra manera de ver el mundo. Vamos a salir, cuando sea posible, distintos. Lo que ya no sé, si mejores o peores. Hemos visto acciones numerosas, ejemplos de solidaridad. Mas también, otras crispadas y agresivas, plenas de odio hacia los demás. A reducir esta crispación y agresividad la política y los medios no solo no han contribuido, sino que la han creado y la han propiciado. Debemos matizar que en el ámbito de la política, la tensión y crispación la han buscado a conciencia determinadas fuerzas políticas mucho más que otras. Y en cuanto a algunos medios, leer algunas editoriales y ver algunas portadas realmente estremecen. Y quizá sea peor que la pandemia del covid, la pandemia de odio que se extiende por doquier y que será más duradera. Y hay responsables, en su gran mayoría se envuelven con la bandera.

Lo que parece incuestionable es que la sociedad pos-covid va a ser muy distinta a la pre-covid. Se han publicado centenares de análisis sobre la “nueva normalidad”, en términos políticos, sociales y económicos. Ante ese incierto futuro, la filosofía quizá pueda ser la disciplina que nos plantee determinadas preguntas, en cuanto a proporcionarnos soluciones la tarea es mucho más compleja. Son muchas las preguntas sobre multiples cuestiones. Por desbrozar un poco este maremágnum temático, me parece relevante y pertinente referirme al tema de la tecnología, que puede verse con una doble cara: ¿la tecnología será el servicio esencial para permitir y garantizar el teletrabajo, la educación a distancia, las relaciones familiares y rastrear los contactos con las personas contagiadas y así protegernos de este virus y de los próximos, que seguro llegarán? ¿O es y será un conjunto de grandes empresas globales exclusivamente interesadas en extraer la máxima rentabilidad de nuestros datos volcados en la red? Para responder a estas dos preguntas me basaré en el artículo de Tomás Pérez Vizzón periodista argentino especializado en cultura digital, titulado Pensar un mundo mejor o explotar al humano como nunca antes, donde hablan determinados filósofos como el ya citado Yuk Hui, Markus Gabriel y Srecko Horvat, publicado en una extraordinaria revista digital Anfibia de la Universidad Nacional de San Martín de la provincia de Buenos Aires. ¡Qué cantidad de pensamiento se genera en Sudamérica! Lamentablemente aquí no lo valoramos.

Markus Gabriel el filósofo alemán, en cuanto a la tecnología no se anda por las ramas a la hora de enjuiciarla con dureza. Señala que la inteligencia artificial no existe. “La inteligencia artificial es una ilusión. No existe ni existirá”. “Lo que hay es software de códigos escritos por humanos para explotar a otros humanos. Es la religión de Silicon Valley. Se vende como un gran avance de la humanidad, pero las máquinas que producimos no piensan ni sienten ni saben nada”.Facebook es el nuevo Dios. Hay una fantasía muy humana de estar en contacto con una inteligencia trascendente, un Dios. Esa fantasía es un sustituto de Dios. Empresas como Facebook son proyectos profundamente religiosos en el sentido de que ocupan el lugar de Dios y plantean una metafísica.Las redes sociales son auténticos criminales, ya que destruyen el “rule of law” (imperio de la ley) de los estados. ¿Fueron los rusos los que usaron Facebook para interferir en las elecciones en Estados Unidos o es la lógica de la plataforma la que facilita esas interferencias en procesos democráticos? Estamos hablando de empresas monopólicas. Rusia lo hace, en todo caso, pero es una política global, son las plataformas las que permiten las ciberguerras, las crean y las quieren. Estos monopolios fuera del contexto digital no serían legales, pero ahí no hay ley. Crítica las teorías tecnológicas nacidas en Silicon Valley, explica que la creencia de que nos encaminamos hacia un mundo automatizado, en el que máquinas inteligentes funcionarán de manera autónoma, es puro marketing californiano.

Además “Somos proletarios digitales: trabajamos gratis produciendo datos para las grandes compañías y nadie nos paga por eso”. Por otra parte, tenemos cada día menos espacios neutrales en la red. Hay una nueva forma de totalitarismo, en donde no hay una esfera privada, ese es el lado más peligroso. Nuestros pensamientos tienen la forma de consecuencias políticas, lo que pensamos ya lo publicamos online, ya no hay distancia entre la esfera pública moderna y la esfera privada. Y ahora la esfera pública está controlada por algoritmos. Exige regulaciones más fuertes para las redes sociales y hasta plantea que las empresas tecnológicas -grandes ganadoras de la pandemia como Amazon, Microsoft o Facebook- sean las que tienen que garantizar un ingreso universal. El patrimonio de Jeff Bezos aumentó en unos 33.000 millones de dólares entre marzo y abril, ya que su empresa Amazon fue una vía fundamental para la entrega de alimentos y suministros de las familias confinadas. Markus plantea la falsa neutralidad de las tecnologías: los sistemas de inteligencia artificial están desarrollados por personas o corporaciones que tienen intereses, son programas codificados y pensados por humanos “para explotar a otros humanos”. El mito de que los sistemas de inteligencia artificial son un espejo nuestro no es más que una ideología al servicio de la explotación digital.

“El coronavirus pone de manifiesto las debilidades sistémicas de la ideología dominante del siglo XXI. Una de ellas es la creencia errónea de que el progreso científico y tecnológico por sí solo puede impulsar el progreso humano y moral. Ve esta crisis como una preparación de la crisis ecológica. Esto no es nada comparado con la crisis ecológica, nada”.

Srecko Horvat el filósofo croata y discípulo de Zizek, uno de los intelectuales y activistas más jóvenes de la nueva izquierda europea señala que necesitamos una tecnología descentralizada, lo contrario nos hace perder capacidad de maniobra y nos lleva a una sociedad de la vigilancia. Con nuestras casas, coches y vidas conectadas a una misma red, la nueva vigilancia de las corporaciones será total. “Todos estos campos de inversión e innovación exponencial están transformando nuestro mundo de una manera tan profunda que, dentro de poco, todas las vertientes de nuestra vida quedarán integradas en una red o estructura digital y global”. Y las consecuencias de esta situación las llama servidumbre maquínica. Es un concepto que tomó prestado del filósofo italiano Maurizio Lazzarato y que tiene que ver con un temor que muchos tenemos: la tecnología nos está llevando a una nueva forma de totalitarismo. Habla de servidumbre porque estamos en una situación en la que ya ni siquiera sabemos que no somos libres. La mayoría de la gente no es consciente de lo inmersa que está en distintos tipos de tecnologías y de cómo eso modula su existencia.

Plantea la necesidad de cambiar el sistema para salvar a una civilización que va camino al apocalipsis y desprendernos de ideas obsoletas como las fronteras, las identidades nacionales o el liberalismo económico.

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