José Ramón Villanueva Herrero.
(publicado en: El Periódico de Aragón, 3 abril 2024).
El 3 de abril de 1954, hace ahora 70 años, moría el diplomático portugués Arístides de Sousa Mendes, el cual, durante la II Guerra Mundial y a pesar de que su país fue neutral en la contienda, no fue indiferente al sufrimiento causado por ello y se esforzó por salvar la vida a cuantas personas pudo, a quienes tenían el riesgo de perder la vida ante el fascismo, la mayor parte de ellas, judíos que huían de la barbarie nazi que asolaba Europa.
Nacido en el seno de una familia aristocrática, católica, conservadora y monárquica, se licenció en Derecho en la Universidad de Coimbra, Posteriormente, en 1910 se incorporó a la carrera diplomática siendo cónsul en Zanzíbar, Brasil y Estados Unidos. Partidario de la dictadura de Antonio de Oliveira Salazar, en 1928 fue enviado al Consulado de Portugal en la ciudad belga de Amberes, destino en el cual permaneció hasta 1938, fecha en la que pasó a hacerse cargo de la legación lusa en Burdeos. En dicha localidad francesa, asistió al inicio de la II Guerra Mundial, a la derrota de Francia y a la fulgurante ocupación del país galo por las tropas de Hitler. En este contexto, a Burdeos acudieron multitud de refugiados de diversas nacionalidades, entre ellos, miles de judíos, con la esperanza de obtener un visado para Portugal que les permitiera salir de Francia. Pese a que el gobierno de Salazar había prohibido a sus diplomáticos extender visados, Sousa Mendes desobedeció esta orden por motivos religiosos y humanitarios declarando, como señala Tigrane Yegavian, que Sousa, ferviente católico, alegó que “entregaré una visa a toda persona que la necesite, pueda o no pueda pagarla. Actuaré como mi conciencia de cristiano me lo indica. De ahora en adelante emitiré visas para todos. ¡No más nacionalidades, razas o religiones!” ya que, “prefiero estar con Dios contra los hombres que con los hombres contra Dios”.
Por todas estas razones, Sousa, entre los días 16 y 23 de junio de 1940, fechas que coinciden con la capitulación de Francia, expidió “frenéticamente”, con ayuda de sus hijos, sobrinos y de Jakob Kruger, el rabino de Amberes, miles de permisos de tránsito (algunos datos aluden a una cifra, posiblemente elevada, de 30.000) tanto en Burdeos, como en Bayona, salvando así la vida de muchas personas que, de este modo, evitaron la deportación y su posible muerte en los campos de exterminio nazis. Entre los visados emitidos por Sousa a infinidad de personas anónimas, también lo fueron para otras como Otto de Habsburgo, hijo del último emperador de Austria-Hungría, varios ministros del Gobierno de Bélgica, la familia Rothchild, el cineasta King Vidor y, también, para Salvador y Gala Dalí o para el comunista español Eduardo Neira Laporte.
La actitud valiente de Sousa, desobedeciendo las órdenes de la dictadura portuguesa recogidas en la famosa “Circular 14”, que prohibía a sus diplomáticos conceder refugio seguro a los refugiados y, de forma especial a judíos, rusos y apátridas, hizo que el 23 de junio de dicho año, fuera destituido como cónsul. A pesar de ello, todavía siguió repartiendo visados camino de la ciudad fronteriza de Hendaya. Antes de ser detenido, Sousa cruzó la frontera a España con todos los refugiados que lo acompañaban.
A su regreso a Portugal, fue expulsado del Cuerpo Diplomático, sufrió sanciones. A todo ello se unió el hecho de que, en 1948, se declaró partidario del Movimiento de Unidad Democrática, razón por la cual pasó a engrosar la lista de los opositores al régimen salazarista, y ello lo condenó a una vida de ostracismo: expulsado de la carrera diplomática, no se le concedió pensión alguna tras 30 años de servicio, se le prohibió ejercer como abogado y que sus hijos pudieran ir a la Universidad u obtener cualquier trabajo, y todo ello le imposibilitó mantener a su numerosa familia (tuvo 15 hijos) y lo dejó sumido en la más absoluta pobreza. Su única ayuda la recibió de la Asociación Judía de Lisboa, que se hizo cargo de alimentar a su familia, pagar sus deudas e incluso logró que algunos de sus hijos pudieran emigrar a Estados Unidos y Canadá. Finalmente, moriría en el Hospital de los franciscanos de Lisboa, siendo amortajado con el hábito de dicha orden religiosa.
Durante décadas la mención de su nombre fue prohibida en Portugal ya que su valiente acción humanitaria puso en cuestión la actuación de la dictadura de Salazar durante la II Guerra Mundial. Como recordaba su nieto Antonio de Sousa Mendes, a pesar de los intentos del fascismo portugués por denigrar su memoria y la labor de quien ha sido llamado “el Schindler portugués”, en los últimos años se ha dignificado su memoria haciéndole justicia. De este modo, ya en el año, en 1966 el Estado de Israel lo declaró Justo entre las Naciones, pero fue a partir de 1980 cuando su historia empezó a conocerse y valorarse aún a pesar de la reacción de la extrema derecha que consideraba que la labor de Sousa “era una mentira de la izquierda” hasta que empezaron a aparecer personas que aseguraban que él les había salvado. De hecho, según el historiador Yehuda Bauer, la labor de Sousa Mendes fue “la acción de rescate más grande realizada por un solo individuo durante el Holocausto” pues concedió más de 10.000 visados, cifras que algunas fuentes elevan a casi 30.000, y, por ello, “fue uno de los grandes héroes de la II Guerra Mundial”. Por su parte, Antonio Guterres, secretario general de la ONU, decía, con motivo del Día Internacional en Memoria del Holocausto en el año 2017, aludiendo a su compatriota Sousa Mendes que, “Necesitamos profundizar en su espíritu solidario. Es la mejor manera de honrar a las víctimas del Holocausto que nunca permitiremos sean olvidadas”. Por ello, también hoy recordamos la memoria de un hombre bueno, que nos dio un ejemplo moral de cómo actuar frente a la intolerancia, el racismo y el genocidio, valores imprescindibles en todo tiempo y lugar.