No hay duda de que las redes sociales han cambiado nuestras vidas y ya no nos podemos imaginar una existencia sin ellas, desde en los aspectos más cotidianos, hasta la forma de ver y participar en nuestro entorno social y político.
Sobre el profundo impacto generado por las redes sociales y las nuevas tecnologías reflexionaba Daniel Innerarity en su libro Política para perplejos (2017) señalando cómo gracias a ellas la sociedad del conocimiento “ha democratizado la mirada” y, de este modo, se cumplía el principio de Anthony Giddens según el cual “los viejos mecanismos del poder no funcionan en una sociedad en la que los ciudadanos viven en el mismo entorno informativo que aquellos que nos gobiernan”. De este modo, la nueva sociedad del conocimiento, abierta y plural, ha roto con la visión de la vieja política, elitista y reservada, hecha de espaldas a la sociedad a la que debe servir, y que se beneficiaba de la escasa información que llegaba a la ciudadanía. Por el contrario, en la actualidad Internet se ha convertido en un espacio abierto mediante el cual vigilamos y enjuiciamos a quienes nos gobiernan.
Pero al mismo tiempo, las redes sociales también son un foro donde, lo vemos cada día, se realizan linchamientos digitales, abundan las noticias falsas y los ciberataques. Y es que, con respecto a estos temas, tan preocupantes como en creciente auge, las redes sociales, como tantas cosas de la vida, resultan ambivalente, ya que, como recordaba Innerarity, “democratizan en la misma medida que desorientan”, eso es, nos ofrecen un cúmulo de informaciones a las que hasta hace bien poco resultaría difícil de acceder por parte de la ciudadanía, a la vez que siembran dudas sobre la veracidad, objetividad e intencionalidad última de las mismas pretendida por sus difusores. Por ello resulta todo un reto para el observador de las realidades sociales y, máxime desde una perspectiva política, el cómo tratar semejante avalancha de información ya que, en demasiadas ocasiones, resulta difícil distinguir entre “información” y “rumorología”, un riesgo cierto al que nos enfrentamos cada vez que accedemos a las redes sociales. Ante este dilema, resulta oportuno recordar, como señalaba Hannah Arendt, que, “aunque la objetividad sea difícil, esta dificultad no es una prueba contra la supresión de las líneas de demarcación entre el hecho, la opinión y la interpretación, ni una excusa para manipular los hechos”.
En la actualidad, las redes sociales son un espacio abierto en el cual tenemos la posibilidad de vigilar y enjuiciar a quienes nos gobiernan y, por ello, al margen de su vulnerabilidad ante noticias falsas y de ciberataques de diversa intencionalidad, el objetivo exigible para la ciudadanía consciente es, en palabras de nuevo de Innerarity, “conseguir que no pueda ocultarse todo lo que es relevante para el ejercicio de los derechos democráticos sin que esa permeabilidad de los espacios impida la protección de las instituciones que hacen posible en ejercicio de tales derechos”.
A la sombra de las redes sociales han ido en incremento las amenazas cibernéticas y las actuaciones de los hackers, todo lo cual afecta tanto a la seguridad nacional de los países, como a la privacidad e intereses de personas, empresas, entidades e instituciones de diverso tipo, tal y como dejan patente las denuncias de los organismos de neutralizarlas, como es el caso del Instituto Nacional de Ciberseguridad (INCIBE).
En la era de Internet, invadidos como estamos de visiones e interpretaciones personales en la red, a la hora de tratar de forma adecuada la información, de interpretarla, frente a lo que algunos cibernautas piensan, es necesario reivindicar la función del periodista en el mundo digital, cuyo papel cobra un nuevo sentido a la hora de ayudarnos a navegar entre la maraña informativa, tantas veces confusa, falsa o tendenciosa, y frente a la creciente oleada de noticias falsas (fake news) que nos invaden. Hay que tener presente, además, que éstas llegan a tener un fuerte impacto puesto que el público potencial de las fake news es muy elevado ya que, por ejemplo, Facebook cuanta con más de 2.000 millones de usuarios activos. Y, en este tema, han sido frecuentes las acusaciones dirigidas a determinados países, de forma especial a la Rusia de Vladimir Putin, por el empleo de las fake news como arma (informática) en las redes sociales perturbando el panorama informativo en nuestro mundo globalizado. Y así ha ocurrido en el empleo de herramientas virtuales para influir en las elecciones americanas de 2016 a favor de Donald Trump (el candidato favorito de Putin) en lo que se conoce como el “Rusiangate”, pero perturbaciones similares han tenido lugar en estos últimos años en los procesos electorales celebrados en Francia, Italia, Gran Bretaña, Países Bajos, repúblicas bálticas, Ucrania, Chequia, Georgia e incluso en España.
Es por ello que, ante semejante alud de noticias distorsionantes de la realidad, resulta fundamental el papel de un periodismo ético, objetivo, no sometido a los poderes económicos o a los intereses partidarios, de esos periodistas “fact-chequers”, de esos profesionales encargados de verificar y contrastar estas avalanchas de noticias e informaciones.
Por todo lo dicho, atrapados como estamos, para bien o para mal, en las redes sociales, de nosotros depende el que éstas sean un instrumento positivo a favor del fomento de la participación democrática ciudadana, de la difusión honesta y veraz de la información y la cultura …. o de todo lo contrario.
Villanueva Herrero José Ramón
(publicado en: El Periódico de Aragón, 16 agosto 2020)
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