DOS DICTADORES EN HENDAYA

 

El 23 de octubre de 1940 el tren blindado de Hitler llegó a la estación francesa de Hendaya para reunirse con el general Franco y negociar la entrada de España en la II Guerra Mundial al lado de las potencias fascistas del Eje. Del encuentro de Hendaya se han dado visiones contrapuestas que han perdurado hasta nuestros días.

Franco ambicionaba lograr un “imperio” para España uniéndose a la estela vencedora de la Alemania nazi que, tras derrotar a Polonia, Noruega, Dinamarca, Bélgica, Holanda, Luxemburgo y Francia, había hecho de Hitler el amo de Europa. Este sueño imperial, recogido en el libro Reivindicaciones de España de José María de Areilza, pretendía recuperar Gibraltar y la Cataluña francesa, así como anexionarse amplios territorios en el norte de África, todo ello sin un excesivo esfuerzo militar tras la esperada victoria del Eje. Pero, derrotadas las potencias fascistas al final de la II Guerra Mundial, el encuentro de Hendaya fue interpretado por el franquismo como “uno de los grandes logros de Franco al evitar que España entrara en la guerra” al exigirle a Hitler unas compensaciones territoriales y económicas excesivas y Luis Suárez, en su obra Franco y el III Reich. Las relaciones de España con la Alemania de Hitler, nos presenta a un Franco capaz de oponerse a las exigencias y presiones de Hitler para embarcar a España en la guerra, aún a cambio de promesas de concesiones territoriales.

Esta visión, exaltadora del papel de Franco en Hendaya, se ha ido desmoronando con el paso del tiempo, y Paul Preston, en su trabajo Franco y Hitler. El mito de Hendaya, señala que Hitler no quería que España entrara en la guerra de inmediato, pues tenía otras prioridades como la de lograr la cooperación de la Francia de Vichy en su lucha contra Gran Bretaña, lo cual vetaba la posibilidad de acceder a las demandas territoriales planteadas por el franquismo. La actitud de Hitler en Hendaya se debió a  los informes que recibió del Reichführer de la SS Heinrich Himmler tras su visita a España para comprobar sobre el terreno la aportación que la España franquista podía prestar a la causa hitleriana. Según Ramón Garriga, en su obra La España de Franco, Himmler “se marchó de España con una idea pesimista dado la situación caótica en la que se encontraba la economía nacional y la gravedad del problema derivado de la guerra civil”, razón por la cual “no podía informar favorablemente a Hitler” y ello “pesó en el ánimo” del dictador alemán, al igual que lo hicieron las opiniones contrarias de otros mandos de la Wehrmacht. Así, como señala Paul Preston, Hitler llegó a declarar que la aportación de la España franquista “costaría más de lo que vale” y, por ello, no supondría una ventaja para los intereses del Eje. En consecuencia, en Hendaya no hubo ninguna presión directa para forzar a Franco para entrar en la guerra y Ludger Mees afirmaba que en Hendaya “Franco no convenció a Hitler de que España debía de abstenerse de entrar en la II Guerra Mundial”, sino que “fue el Führer quien creyó que su colaboración podía ser un lastre”. Se diluye así el mito construido por los apologistas del franquismo sobre la “astucia” y “hábil prudencia del Caudillo” que le permitió resistir las “presiones” de Hitler, evitando así la catástrofe que hubiera supuesto el embarcar a España, recién salida de una guerra fratricida, en una nueva contienda bélica. Este mito, pese a las evidencias históricas, continúa vivo entre los nostálgicos de la dictadura franquista.

La realidad de los hechos fue bien distinta: Franco, además de soportar los bostezos de Hitler cuando le relataba sus tiempos y experiencia militar en Marruecos, dejó patente su servilismo ante el dictador alemán desde el mismo momento de su saludo inicial en el andén de la estación cuando le dijo balbuceando “Soy feliz de verle, Führer”. En la despedida, según relata César Vidal, Franco aferró con sus dos manos la que le tendía Hitler y le dijo: “A pesar de cuanto he dicho, si llegara un día en que Alemania de verdad me necesitara, me tendría incondicionalmente a su lado y sin ninguna exigencia”, una frase reveladora y que, sin embargo, parece ser que no se le tradujo a Hitler. Acto seguido, César Vidal añade una anécdota significativa sobre la “firmeza” de Franco en Hendaya, el cual, “quizá en un último intento de causar buena impresión a los alemanes, se quedó de pie en la plataforma del vagón, cuadrado militarmente, con la portezuela abierta y saludando a Hitler. Y a punto estuvo de caer cuando arrancó el tren de no haberlo sujetado el general Moscardó, el Jefe de su Casa Militar”. Franco no cayó del tren, como tampoco lo hizo su dictadura tras la derrota de las potencias fascistas al final de la II Guerra Mundial, hecho imputable, en gran parte, a la actitud contemporizadora de las democracias occidentales.

 

Villanueva Herrero José Ramón

(publicado en: El Periódico de Aragón, 24 octubre 2021)

 

 

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