El ignorado exilio republicano

Marc Baldó Lacomba en su artículo ‘Aterrados, desterrados y enterrados: la represión franquista del profesorado universitario’: «La exclusión del disidente se hizo mediante tres procedimientos violentos, relacionados con la palabra tierra. A unos se les enterraba: se les fusilaba, se les mataba a palizas o en penosas condiciones en la cárcel. A otros se les desterraba: se les forzaba al exilio, se les expulsaba del país… Y a otros, se les aterraba, se les echaba a tierra, se les encarcelaba, se les dejaba sin trabajo, se les depuraba, se les confiscaban los bienes, se les humillaba, se les hacía callar, se les imponía el exilio interior y unas condiciones de vida y trabajo durísimas».

Hoy me fijaré en los exiliados (desterrados). Son los olvidados, los excluidos. El exiliado lo pierde todo. Rafael Altamira hacía el balance de los daños que le supuso el exilio: había perdido su casa, su familia, sus amigos, su biblioteca, su trabajo, su optimismo y casi, decía, hasta su confianza en el género humano. Cualquier exiliado –los de ayer y los de hoy– podrían hacer un similar balance. Tal vez para algunos, como dice Juan Marichal, el exilio fue una fortuna por cuanto tuvieron tiempo y medios para hacer lo que en España misma no hubieran podido hacer. Pero… ¿qué decir de los miles y miles de exiliados anónimos apenas hoy conocidos?

La generosidad de Cárdenas

El escritor colombiano Juan Gabriel Vásquez señala que la Guerra Civil Española la ganaron los mexicanos. El ‘boom’ de la literatura latinoamericana no es concebible sin el exilio republicano: sin las editoriales, las revistas, los libros escritos en Latinoamérica por republicanos expulsados de España tras la victoria del fascismo. A México llegaron muchos gracias a la generosidad de su presidente Lázaro Cárdenas. Un ejemplo. El viaje del barco del Sinaia organizado con ayuda del Servicio de Evacuación de Refugiados españoles controlado por el Gobierno republicano. Luego otros buques como el Ipanema o el Mexique; el último fue el Nyassa, en 1942. Desembarcaron unos 25.000 exiliados republicanos. El 25 de mayo de 1939, el Sinaia zarpó con un pasaje, que duplicaba su capacidad. Iban poetas, historiadores, filósofos, fotógrafos, dibujantes, intelectuales y artistas, como Pedro Garfias, Tomás Segovia, Ramón Xirau, José Gaos, Eduardo Nicol, Julio Mayo, Benjamín Jarnés… Mas, también mineros, agricultores, albañiles, artesanos, comerciantes…

La vida a bordo fue recogida en un documento excepcional: una publicación editada en ciclostil bajo la cabecera Sinaia. En sus páginas dirigidas por el escritor Juan Rejano aparecen noticias de estos días, sobre la tierra de acogida, hondos análisis políticos y lógicas loas a Cárdenas. Se refleja el microcosmos del barco: los idilios surgidos en medio del Atlántico, el nacimiento de la niña Susana Sinaia Caparrós o la vuelta a la humanidad tras dejar los campos de concentración. Julián Atilano, entonces un chico de 12 años, tras 80 años, recuerda con tristeza: «Hubo un momento imborrable cuando pasamos por delante del Peñón de Gibraltar e íbamos a dejar definitivamente atrás España. Algunos integrantes de la Orquesta Sinfónica de Madrid que viajaban en el barco se pusieron a interpretar Suspiros de España. Ahí sentimos que no había retorno». Estas palabras demuestran el terrible dolor de estos españoles, que expresaron grandes poetas.

Pedro Garfias, rescatado de un campo de concentración francés por un noble que le llevó a Inglaterra a su castillo en Eaton, donde con todo el dolor de la derrota, y la pérdida de España, creó –para Dámaso Alonso– el mejor poema del exilio español Primavera en Eaton Hastings. O su poema de homenaje a México y a su presidente Cárdenas: «España que perdimos, no nos pierdas; guárdanos en tu frente derrumbada, conserva a tu costado el hueco vivo de nuestra ausencia amarga que un día volveremos, más veloces, sobre la densa y poderosa espalda de este mar, con los brazos ondeantes y el latido del mar en la garganta».

‘Todo nace muerto’

Luis Cernuda, autor del mejor poema del siglo XX en castellano ‘Díptico español’, que refleja la España que dejaron, la de Franco: «Así ocurre en tu tierra, la tierra de los muertos,/ adonde ahora todo nace muerto,/ vive muerto y muere muerto;/ pertinaz pesadilla: procesión ponderosa/ con restaurados restos y reliquias,/ a la que dan escolta hábitos y uniformes,/ en medio del silencio: todos mudos,/ desolados del desorden endémico/ que el temor, sin domarlo, así doblega».

León Felipe muy agradecido dedicó a Cárdenas su obra Español del éxodo y del llanto, de la que extraigo: «La España de las harcas no tuvo nunca poetas. De Franco han sido y siguen siendo los arzobispos, pero no los poetas. En este reparto injusto, desigual y forzoso del lado de las harcas cayeron los arzobispos, del lado del éxodo los poetas. Sin el poeta no podrá existir España. Que lo oigan las harcas victoriosas, que lo oiga Franco: tuya es la hacienda, la casa, el caballo, y la pistola. Mía es la voz antigua de la tierra. Tú te quedas con todo y me dejas desnudo y errante por el mundo… más yo te dejo mudo… ¡Mudo! ¿Y cómo vas a recoger el trigo y a alimentar el fuego si yo me llevo la canción?»

Por ello, las palabras oportunas de la exrectora de la universidad veracruzana, Sara Ladrón de Guevara: «Franco habló del oro robado por la República, pero se le escapó que el mayor tesoro lo transportaba el Sinaia». 

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