Según Ramón Grosfoguel, de la University of California – Berkeley, USA. “Por los últimos 513 años del sistema-mundo Europeo / Euro-americano moderno /colonial capitalista / patriarcal fuimos del «cristianízate o te mato» en el siglo XVI, al «civilízate o te mato» en los siglos XVIII y XIX, al «desarróllate o te mato» en el siglo XX y, más recientemente, al «democratízate o te mato» a principios del siglo XXI. Creo no se puede resumir mejor la historia de la modernidad.
La imposición del dominio brutal sobre la periferia colonial, de otros continentes ha sido una constante., con la excusa de evangelizar, de civilizar, de desarrollar o de democratizar.
Mas, lo cierto es que el colonialismo europeo ha dado a los Estados europeos la mayor parte de los bienes raíces del planeta y del capital variable, el trabajo. Occidente ha matado más personas en África, Asia, América y Oceanía, que las que constituían la población europea del siglo XIX. En realidad, desde el siglo XVI en adelante, por cada siglo, el colonialismo europeo ha matado tantos habitantes de las colonias como la población media de Europa de aquellos siglos. Ha destruido, por otra parte, más edificios, obras de arte, trabajos de irrigación, escuelas, culturas y ciudades que cuantas fueron anteriormente destruidas en la totalidad de la historia humana. […] Europa ha subsumido en un enquistado atraso a los “continentes colonizados”, primero a través de la guerra de conquista, después con el tráfico de esclavos y las devastadoras matanzas, finalmente a través de un sistema de explotación sistemático y su connatural dominación. […] El colonialismo aumentó las enfermedades, asesinó a centenares de millones de personas, aumentó el analfabetismo en la mayor parte del planeta (por ejemplo, donde se leía y escribía en árabe fueron cerradas las escuelas y universidades), sofocadas las artes y los oficios en tres continentes, aumentó la mortalidad infantil y adulta […], se destruyeron técnicas y trabajos de irrigación que eran auténticas maravillas […], se arruinó el suelo y la agricultura con el monocultivo (erosionando los suelos del centro y sur de África, destruyendo sabanas y selvas, los pulmones del planeta).
Tenemos pruebas más que fehacientes de esa explotación. Por donde hemos ido los europeos hemos dejado un reguero de destrucción de muerte y explotación. Hemos llegado a interiorizar que tenemos el derecho de controlar, dominar y explotar cualquier territorio allende de nuestras fronteras con sus respectivas poblaciones. La conquista de América por España fue un ejemplo. Por ello, el domingo anterior a la Navidad, en 1511, el dominico Antonio de Montesinos pronunció en la isla de Hispaniola (Haití), en una iglesia con techo de cañas, un sermón «revolucionario».
Hoy mismo no hay ningún respeto ni reconocimiento a formas de democracia indígenas, islámicas o africanas. Las formas de alteridad democráticas son rechazadas a priori
Hizo la primera protesta pública contra el trato que sus compatriotas infligían a los indios. El sermón, ante la minoría dirigente de la primera ciudad española fundada en el Nuevo Mundo, escandalizó e indignó a sus oyentes. Clamaba con voz llena de ira: «¿Con qué derecho habéis declarado una guerra tan atroz contra esta gente que vivía pacíficamente en su país? ¿No tienen una razón, un alma? ¿No tenéis el deber de amarlos como a vosotros mismos? Estad seguros de que, en estas condiciones, no tenéis más posibilidades de salvación que un moro o un turco». La denuncia la continuó el padre Bartolomé de las Casas.
El conquistador de América justifica su empresa con una misión evangelizadora y civilizadora: humanizar a los amerindios gracias al cristianismo y la civilización. Sin embargo, en el siglo XIX, el imperialismo europeo en África y el Asia, aunque habla de civilizar, olvida cualquier tipo de justificación religiosa y moral e invade, ocupa y explota territorios para proveerse de materias primas, ampliar sus mercados o contrarrestar el crecimiento y poderío de los imperios rivales. Mario Vargas Llosa nos cuenta en La aventura colonial, la actuación de Leopoldo II de Bélgica en el Congo.
Con una mezcla de astucia y diplomacia convirtió a su país en una gran potencia colonial. Supo forjarse una imagen de monarca humanitario, altruista, hondamente preocupado por los salvajes. Y así en 1885, las naciones en el Congreso de Berlín, le regalaron, a través de la Asociación que él creara, todo el Congo, un territorio, unas 80 veces el de Bélgica, para abrirlo al comercio, abolir la esclavitud y cristianizar a los salvajes. Los congoleños fueron sometidos a una explotación brutal, hasta su extinción. Los castigos, para los que no entregaban suficiente látex, fueron inhumanos. Las mutilaciones de manos y pies, hasta el exterminio de hombres, y, sin embargo, los belgas recuerdan a Leopoldo II como un gran estadista.
Hoy mismo no hay ningún respeto ni reconocimiento a formas de democracia indígenas, islámicas o africanas. Las formas de alteridad democráticas son rechazadas a priori. La forma liberal occidental de democracia es la única legitimada y aceptada, siempre y cuando no comience a atentar contra los intereses hegemónicos occidentales. Si las poblaciones no-europeas no aceptan los términos de la democracia liberal, entonces se les impone por la fuerza en nombre del progreso y la civilización. La democracia necesita ser reconceptualizada en una forma transmoderna para poder descolonizarla de su forma liberal occidental, es decir, de la forma racializada y capitalista de la democracia occidental.
Es pertinente afirmar que “democracia” no es un concepto absoluto que se adquiere o se pierde de repente, según las cotizaciones, encíclicas y pastorales cotidianas que emiten los medios de comunicación modernos encargados de repartir los carnés de demócrata a las distintas zonas del mundo, y en segundo lugar a dichos rankings subyace la dinámica colonial. De acuerdo con Martín Seco:
“Hay quien mantiene una visión ingenua y un tanto bobalicona de la democracia, como si se tratase de una especie de estado de gracia imposible de perder, como si no admitiese grados, o como si se diese un salto cualitativo que nos transportara a un mundo estable y diferente. Pero la democracia está muy lejos de ser esa situación inamovible. «La democracia –como afirma Aranguren– no es status en el que pueda un pueblo cómodamente instalarse. Es una conquista ético-política de cada día que sólo a través de la autocrítica siempre vigilante puede mantenerse. Es más una aspiración que una posesión”.
“Muchos sistemas democráticos se sitúan más cerca de lo que creemos de los regímenes autoritarios o dictatoriales. Y la neutralidad en el juego político deja mucho que desear. Las fuerzas económicas han conspirado en todas las épocas y situaciones para influir en las decisiones y configuraciones políticas. La democracia como gobierno del pueblo no ha llegado nunca a ser más que un buen deseo. […] El dinero siempre ha impuesto sus conveniencias. En algunos países, […] propiciando golpes de Estado […]. En otros casos, los procedimientos son más sibilinos. […] No se necesita la coacción física, no hay por qué recurrir al pucherazo. El control de los medios de comunicación y la financiación de los partidos políticos, entre otros instrumentos, proporcionan la capacidad adecuada. “De esta situación tenemos claros ejemplos en la democracia española actual.
Según Ramón Grosfoguel en su artículo Hacia un pluri-versalismo transmoderno decolonial, existen otras formas de democracia, como la que proponen los Zapatistas con la «Otra Campaña». Vale aclarar que aquí no se está prejuzgando el éxito o fracaso de una visión política pues en la lucha política nada esta garantizado. Se puede ganar o perder, lo que se quiere enfatizar aquí es la concepción «otra» de hacer política. Los Zapatistas lejos de ir al pueblo con un programa pre-hecho y enlatado como hacen todos los partidos de derecha e izquierda, parten de la noción de los indígenas tojolabales del «andar preguntado».
El “andar preguntando” plantea otra manera de hacer política muy distinta al “andar predicando” de la cosmología judeo-cristiana occidental reproducida por marxistas, conservadores y liberales por igual. El “andar preguntado” está ligado al concepto global de democracia entendida como “mandar obedeciendo” donde ”el que manda obedece y el que obedece manda” lo cual es muy distinto a la democracia occidental donde “el que manda no obedece y el que obedece no manda”. Partiendo de esta cosmología «otra», los Zapatistas, con su «marxismo tojolabaleño», comienzan la «Otra Campaña» desde el «retaguardismo» que va «preguntando y escuchando», en lugar del «vanguardismo» que va «predicando y convenciendo».
Se trata de la tradición de pensadores negros norteamericanos y caribeños como W. E. B. Dubois, George Padmore, Oliver Cox, C. L. R. James. Para ellos el fascismo no era más que la aplicación a las poblaciones europeas de las técnicas de poder coloniales que por siglos se usaron contra poblaciones no europeas
La idea de la «Otra Campaña» es que al final de un largo «Diálogo Crítico Transmoderno» con todo el pueblo mexicano se articule un programa de lucha, un universal concreto que incluya dentro de sí las demandas particulares de todos los sujetos y epistemes de todos los oprimidos mexicanos. Los zapatistas no parten de un universal abstracto (El Socialismo, El Comunismo, La Democracia, La Nación, como significante flotante o vacío) para luego ir a predicar y convencer de la justeza del mismo a todos los mexicanos. Ellos parten del «andar preguntado» en el que el programa de lucha es un universal concreto construido como resultado, nunca como punto de partida, de un diálogo crítico transmoderno que incluye dentro de sí la diversalidad epistémica y las demandas particulares de todos los oprimidos de México.
Vista la trayectoria de explotación colonial por parte de Europa, no sorprende la publicación en 1961 del libro Los condenados de la tierra de Frantz Fanon, y con un prólogo extraordinario de denuncia de Jean Paul Sartre, el cual nos escupe a la cara con palabras de Fanon: Escuchen: «No perdamos el tiempo en estériles letanías ni en mimetismos nauseabundos. Abandonemos a esa Europa que no deja de hablar del hombre al mismo tiempo que lo asesina por donde quiera que lo encuentra, en todas las esquinas de sus propias calles, en todos los rincones del mundo. Hace siglos… que en nombre de una pretendida aventura espiritual ahoga a casi toda la humanidad.”
En la misma línea de denuncia a Europa está Aimé Césaire, uno de los pensadores que mejor ha desmontado toda esta fabulación euroccidentalocéntrica y colonialista (apología del «espíritu colonizador ecuménico»,). Se trata de «uno de los personajes más importantes del siglo XX», «uno de los intelectuales visionarios que se adelantan a los acontecimientos de su época» dado que «Anticipó con décadas de antelación los límites de la descolonización jurídico-política de los pueblos coloniales» en dicha centuria, pero a pesar de cuyos méritos «sigue siendo un pensador ignorado, subestimado y casi desconocido en el Primer Mundo» ( en 1955 escribe un alegato contra el colonialismo que titula Discurso sobre el colonialismo. Es la protesta del hombre negro contra la Cultura Occidental que le ha negado y le niega su calidad humana. Llama la atención que su Discurso se abra, no con un análisis de los efectos del colonialismo sobre los colonizados, sino de sus efectos sobre los colonizadores:
–Una civilización que se muestra incapaz de resolver los problemas que suscita su funcionamiento es una civilizaci6n decadente.
-Una civilización que escoge cerrar los ojos ante sus problemas más cruciales, es una civilización herida.
-Una civilización que le hace trampas a sus principios, es una civilización moribunda
A continuación eleva el tono:
“Habría que estudiar en primer lugar como la colonización trabaja para descivilizar al colonizador, para embrutecerlo en el sentido literal de la palabra, para degradarlo, para despertar sus recónditos instintos en pos de la codicia, la violencia, el odio racial, el relativismo moral; y habría que mostrar después que cada vez que en Vietnam se corta una cabeza y se revienta un ojo, y en Francia se acepta, que cada vez que se viola a una niña, y en Francia se acepta, que cada vez que se tortura a un malgache, y en Francia se acepta, habría que mostrar, digo, que cuando todo esto sucede se esta verificando una experiencia de la civilización que pesa por su peso muerto, se esta produciendo una regresión universal, se esta instalando una gangrena, se esta extendiendo un foco infeccioso, y que después de todos estos tratados violados, de todas estas mentiras propagadas, de todas estas expediciones punitivas toleradas, de todos estos prisioneros maniatados e «interrogados», de todos estos patriotas torturados, después de este orgullo racial estimulado, de esta jactancia desplegada, lo que encontramos es el veneno instalado en las venas de Europa y el progreso lento pero seguro del ensalvajamiento del continente
Lo que Césaire parece estar argumentando es que el colonizador tiene mas que perder de la situación colonial que el colonizado, ya que a este, aunque oprimido, le resulta natural protestar y luchar. El colonizador se ve rebajado por su propia renuncia a la civilización y le resulta muy difícil reconocer la raíz de su ruina
Según Ramón Grosfoguel en su artículo Actualidad del pensamiento de Césaire: redefinición del sistema mundo y producción de utopía desde la diferencia colonial, para Césaire, que se muestra contrario a las interpretaciones del nazismo que ponen el acento en la anomalía del fenómeno fascista en Europa respecto a la historia de Occidente, el nazismo es una continuación de la expansión moderna/colonial europea. Césaire pone en el centro de la interpretación del nazismo el asunto de la colonialidad inherente al sistema capitalista mundial. No se trata de una anomalía de la modemidad o de la historia europea. Los métodos que históricamente fueron y siguen siendo usados contra el mundo no europeo son inherentes al lado oscuro de la modemidad, es decir, la colonialidad.
Antes de ser sus victimas, los europeos fueron en primer lugar cómplices del nazismo al legitimarlo por siglos siempre que se tratara de poblaciones no europeas. No hay nada original en el nazismo que no fuera antes implementado por el colonialismo contra pueblos no europeos. Genocidio, racismo, explotación del trabajo por métodos coercitivos, autoritarismo, masacres, torturas, campos de concentración, fenómenos todos ellos que no son originales del nazismo, sino que nacen con la emergencia de la modemidad/colonialidad y su correspondiente jerarquía entre europeos y no europeos vigente desde fines del siglo XV. La expansión ibérica en las Américas y la expulsión de la España islámica por la España católica en nombre de la «pureza de sangre» inician en 1492 este proceso.
El punto central de Cesaire es el siguiente: lo que siempre fue tolerado para el mundo no europeo término afectando a los propios europeos por el «efecto bumeran del colonialismo». Todas las violaciones, torturas, asesinatos, y genocidios que el racismo de la suprema raza blanca aplica y tolera como métodos naturales y normales para civilizar a la barbarie del mundo colonizado terminan sembrando un veneno en la psique y en el espíritu del propio colonizador. Hay un Hitler, nos dice Césaire, dentro de cada humanista y burgués europeo. De manera que para Césaire lo que muchos europeos no toleran del nazismo no son sus crirnenes y humillaciones en si mismos, sino que dichos crímenes hayan sido cometidos contra el hombre blanco.
Es decir, lo que Europa no perdona al nazismo es haber utilizado procedimientos racistas coloniales, que antes eran de uso exclusivo de europeos contra africanos, indígenas, árabes o asiáticos, durante la Segunda Guerra Mundial para conquistar y colonizar a otros europeos. Aquí vemos los limites epistémicos del seudohumanismo racista europeo: los «derechos del hombre» del siglo XVII y luego los derechos humanos de mediados del siglo XX no son extensivos a toda la humanidad, sino que se reducen a los derechos del hombre europeo.
La pregunta epistémica es la siguiente: ¿Qué permite a Césaire hacer esta interpretación original acerca del nazismo a principios de la década de 1950 cuando ningún intelectual europeo o euro americano veía la relación de continuidad entre colonialidad y fascismo? La única excepción fue un grupo de pensadores negros que compartían entre otras cosas la interpretación de la existencia de una continuidad directa entre los racismos coloniales y el nazismo en Europa.
Se trata de la tradición de pensadores negros norteamericanos y caribeños como W. E. B. Dubois, George Padmore, Oliver Cox, C. L. R. James. Para ellos el fascismo no era más que la aplicación a las poblaciones europeas de las técnicas de poder coloniales que por siglos se usaron contra poblaciones no europeas. Al igual que Césaire, estos pensadores argumentaban que el capitalismo siempre había sido un sistema mundial (en oposición a nacional) y que el racismo no era una superestructura/epifenómeno sino un rasgo constitutivo del sistema capitalista.
El racismo era la lógica que organizaba a las poblaciones del mundo en la división internacional del trabajo de centros y periferias, la cual generaba la consiguiente acumulación de capital a escala mundial que se superponía a la jerarquía racial de europeos versus no europeos respecto a la cual estos últimos constituyan la mano de obra barata producida políticamente por medios violentos y coercitivos. En esta conceptualización, la categoría de clase no podía desligarse a escala mundial de la categoría de raza. Este planteamiento tenía implicaciones políticas enormes.
Nueva Tribuna 12 marzo de 2023