En la campaña electoral a la gobernación al Estado norteamericano de Virginia del pasado 2 de noviembre se produjo la irrupción política de Donald Trump, el cual ha dejado patente su intención de presentarse a las presidenciales previstas para 2024. A pesar de que se niega a reconocer la victoria de Joe Biden que lo desalojó de la Casa Blanca el año pasado, Trump sigue siendo un espectro amenazante en el panorama político dado que mantiene el control sobre el Partido Republicano, unido a su continuo (y perverso) uso de las redes sociales, ahora mediante el lanzamiento de la plataforma Truth Social, creada por su empresa Trump Media Technology Group (TMTG) con la que pretende azuzar el bulo de, según él, “la gran mentira” electoral que lo desalojó de la Presidencia de los Estados Unidos y que puso fin a su nefasto mandato.
La victoria republicana en Virginia ha supuesto un serio revés para el Partido Demócrata de Joe Biden, otro más, para el inquilino de la Casa Blanca que se halla en caída (electoral) libre sobre todo tras la desastrosa retirada de EE.UU. de Afganistan, tras la cual parece haber dilapidado la esperanza y el crédito político que había generado su victoria electoral demócrata en noviembre del pasado año.
Recordemos que la victoria de Trump en noviembre de 2016 fue una inesperada y desagradable sorpresa que agitó no sólo el tablero de la política norteamericana, sino que también tuvo muy negativos efectos en las relaciones internacionales durante sus cuatro años de mandato. Y es que Trump, como dijo Nassim Taleb, fue como un “cisne negro”, entendiendo por tal “un acontecimiento de baja probabilidad que no cabía esperar dentro del ámbito de las expectativas regulares, porque nada en el pasado indicaba que era posible, pero que tiene un gran impacto, y que tras suceder tratamos de racionalizarlo para explicarlo y hacerlo predecible”. Y la explicación de la victoria de Trump se buscó en factores de tipo económico, así como en el descontento de un importante sector de la población y en la búsqueda de candidatos fuera del sistema como consecuencia del rechazo al establishment, a la clase dirigente americana tradicional. A todo ello contribuyó en gran medida el deterioro de las condiciones de vida de la clase trabajadora blanca, la “White working class” (WWC), la cual, tras la crisis económica, la reconversión industrial y la globalización, se estaba convirtiendo en una clase económica marginal y que se halla fuertemente arraigada en la América rural. Así las cosas, Trump supo capitalizar el descontento, miedo y resentimiento de la WWC, actitudes éstas que resultan muy peligrosas a la hora de canalizarlas social y políticamente. El balance de su mandato fue definido de forma rotunda por Madeleine Albright como el de “el primer presidente antidemocrático que tiene Estados Unidos en su historia moderna” ya que, “si estuviera en una nación con pocas garantías democráticas, sería un dictador, que es justamente lo que por instinto él desea ser”.
El desembarco político de un demagogo como Trump coincidió con una evidente crisis del Partido Demócrata, el cual ha pasado con el tiempo de ser el representante de las clases trabajadoras en la época de Roosevelt a convertirse, tras una creciente desideologización, especialmente desde el mandato de Bill Clinton, en una máquina electoral y un partido de las élites, tal y como señalaba George Packer. Prueba de ello es que el Partido Demócrata no ha desarrollado un programa político coherente a pesar de las alentadoras declaraciones de Joe Biden tras su victoria electoral.
Por todo lo dicho, ante la reaparición política de peligrosos demagogos como Trump y otros líderes populistas en distintos países, algunos de los cuales que coquetean abiertamente como posiciones y actitudes propias de la extrema derecha, el Partido Demócrata norteamericano y los partidos de izquierda en general se deberían, según Sebastián Royo, dedicarse a “desarrollar un programa económico que se enfoque en la equidad”, dado que “es imprescindible mantener la cohesión social´” y para ello es fundamental seguir invirtiendo en educación, sanidad, servicios sociales y todo los que representa el garantizar la solidez del Estado de Bienestar. Consecuentemente, según este autor, “la izquierda tiene que convencer a sus votantes de que tiene las propuestas para solucionar sus problemas y para crear oportunidades laborales que abran perspectivas de futuro y al mismo tiempo, que va a proporcionar el colchón social que necesitan para protegerles y conseguir más igualdad”, aspectos estos que todavía resultan más importantes en estos tiempos como consecuencia de la crisis derivada de los efectos sanitarios, económicos y sociales causados por el Covid-19.
Si el triunfo de Trump en 2016 supuso la victoria del miedo, y del revanchismo en contraste con el optimismo con el que se abrió ocho años antes el mandato de Barack Obama, esperemos que esta situación no se repita de nuevo en 2024 porque el posible retorno de Trump produce escalofríos por las consecuencias que ello tendría, no sólo para Estados Unidos, sino para el panorama político y económico de nuestro mundo global.
Villanueva Herrero José Ramón
(publicado en: El Periódico de Aragón, 30 noviembre 2021)
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