José Ramón Villanueva Herrero
(Publicado en El Periódico de Aragón, 5 julio 2024)
Asistimos con horror al drama que está ocurriendo en Gaza, con tintes de genocidio para el pueblo palestino. La causa y pretexto ya la sabemos: la actuación criminal llevada a cabo por la organización terrorista Hamas contra la población civil de Israel del pasado 7 de octubre y la también criminal, y desproporcionada, respuesta el Gobierno de Benjamín Netanyahu, que la ha empleado como una huida hacia adelante para ocultar su creciente oposición interna en la sociedad israelí ante su deriva antidemocrática. Esta guerra, que sembrará el odio por generaciones entre palestinos e israelíes, contrasta con lo que ocurrió en Albania durante la II Guerra Mundial y que hace referencia a cómo la población del país balcánico, de mayoría musulmana (sólo el 17% de su población era cristiana), salvó a miles de judíos del Holocausto mediante la aplicación del “Besa”, un centenario código de honor. Recordemos estos hechos.
En vísperas del estallido del conflicto, el reino de Albania empezó a acoger y proteger a refugiados judíos procedentes de Alemania y Austria que huían de la persecución del nazismo. Tal es así, que ya en 1938, el rey Zog I, ya había ofrecido asilo político a más de 300 judíos a los que concedió la ciudadanía albanesa. Iniciada la guerra, cuando la Italia fascista invadió Albania, la situación se hizo más difícil para la entrada de judíos en el país. Más tarde, serían los nazis los que ocuparon el país y exigieron a las autoridades albanesas que les proporcionaran listas de judíos para ser deportados, pero éstas se negaron puesto que la ayuda brindada a los judíos fue considerada como “cuestión de honor nacional”. Lo mismo hizo la población civil, dando un ejemplo de humanidad solidaria al aplicar el “Besa”, en favor de los judíos perseguidos.
El término “Besa” que significa “promesa de honor” es una regla moral tradicional albanesa basada en los conceptos de “compasión” y “tolerancia” y sus orígenes se remontan a tradiciones orales del s. XV las cuales han ido pasando de generación en generación como un conjunto de leyes no escritas. De este modo, el “Besa” vincula el honor personal con el respeto y la igualdad para con los demás y, entre sus principales valores, está la protección sin condiciones de un invitado, hasta el punto de arriesgar la propia vida. La aplicación del código Besa, como señalaba Shirley Cloyes Dioguardi, supuso que “los albaneses acogieron a los judíos en sus familias, los alimentaron, los cuidaron, los escondieron. Y cada vez que los cosas se ponían más peligrosas, encontraban formas de trasladarlos a otros lugares”. Y esta lección de solidaridad era llevada a cabo por personas que no estaban involucradas en política ni en movimientos sociales, sino por personas guiadas, simplemente, por el espíritu humanitario que subyacía en dicho centenario código de honor.
Al final de la II Guerra Mundial Albania fue uno de los pocos países europeos que tenía más población judía que al inicio de la contienda ya que varios miles salvaron su vida gracias a la aplicación del Código de honor Besa, a la solidaridad de los albaneses.
El Código Besa se ha aplicado, también, en fechas más recientes. Así, en 1999, sirvió para acoger a miles de refugiados, la mayoría de etnia albanesa, que dejaron Kosovo huyendo de las fuerzas militares serbias. De igual modo, tras la retirada apresurada de los EE. UU. de Afganistán y la toma del país por los talibanes, Albania acogió a en torno a 4.000 refugiados afganos. Y es que, como declaró Ulta Xhacka, el entonces ministro de Relaciones Exteriores del país balcánico, “Albania acogerá con orgullo a refugiados afganos gracias a su buena voluntad. Nunca será un centro de políticas antiinmigración de países más grandes y ricos». Este ejemplo, y estas afirmaciones, deberían ser tenidas en cuenta por determinados países de nuestra opulenta Europa y, también, por los grupos políticos xenófobos que hacen de la inmigración bandera de sus arengas reaccionarias e insolidarias.
Por todo lo dicho, Albania, un país pequeño y pobre, ha demostrado en más de una ocasión a lo largo de su historia el compromiso con la hospitalidad hacia las personas que se ven obligadas a abandonar su país, víctimas de la persecución. Toda una lección de dignidad, solidaridad y tolerancia que merece ser divulgada y reconocida en estos agitados tiempos que nos ha tocado vivir.
José Ramón Villanueva Herrero
Fundación Bernardo Aladrén