José Ramón Villanueva Herrero
(publicado en: El Periódico de Aragón, 13 marzo 2025)
Todos los países tienen, tenemos, episodios que nos avergüenzan, de los que hay que hacer autocrítica. Surge así, en expresión del historiador José Álvarez Junco, el concepto de “pasados sucios”, como es el caso de Alemania, ejemplo europeo y mundial de país con un pasado sucio, tal y como lo evidencian su responsabilidad en las dos pasadas guerras mundiales, así como por la barbarie que supuso, durante el régimen nazi, el Holocausto, el genocidio del pueblo judío.
Tampoco España está exenta en diversos episodios de su historia de un pasado sucio, y ahí están las negras páginas de la Inquisición o la llamada “furia española” desatada durante las guerras de religión en Europa o durante la conquista de América y, en este último caso, situamos la actual polémica con la República de México y la demanda de su presidenta Claudia Sheinbaum, a la hora de que España pida perdón por los desmanes cometidos durante la conquista del país azteca. Y, a todos estos períodos históricos se suma, no lo olvidemos, en tiempos más recientes, la tragedia colectiva que supuso la Guerra de España de 1936-1939 y la posterior dictadura franquista.
En el caso de España, la impetuosa irrupción política y social de la extrema derecha de Vox, y pretende reescribir la historia con un innegable sesgo reaccionario, pues, como señalaba el citado Álvarez Junco, “lo hace, por supuesto, sin el menor trabajo honesto de memoria, apoyada en una visión histórica simplificadora, que enaltece la Reconquista y el Imperio, lo que es preludio de su inmediata recuperación del franquismo”.
Ante las ideas que enmarcan la historia en visiones reaccionarias, cuando no desde un abierto neofascismo, Géraldine Schwarz, en su libro Los amnésicos plantea la necesidad de afrontar el pasado histórico sucio que pesa sobre muchos países siendo conscientes de la necesidad de “evitar retroproyecciones simplificadoras y reivindicativas” para, de este modo, “ayudar a construir una cultura democrática”. Ejemplo de todo ello fue lo ocurrido, como señala dicha autora, en la Alemania nazi durante el Holocausto y la responsabilidad que en ello tuvo buena parte de la sociedad alemana, de esos “ciudadanos apáticos, incapaces de dar muestras de humanidad” ante la barbarie que se estaba cometiendo con sus conciudadanos judíos. Es por ello que resultó dramática la falta de sentimiento de culpa de esa parte de la sociedad alemana que, sin ser entusiastas hitlerianos, tampoco tuvieron ningún coraje cívico, de esa gente corriente, los llamados “mitläufer”, que fue la actitud, salvo excepciones, de la mayoría del pueblo alemán, de esa “acumulación de pequeñas cegueras y pequeñas cobardías que, sumadas unas a otras, habían creado las condiciones necesarias para el desarrollo de los peores crímenes de Estado organizados que la humanidad haya conocido jamás”.
Ciertamente, esa mayoría silenciosa tuvo, tanto entonces como después de la derrota de la Alemania nazi tras el final de la II Guerra Mundial, una falta de sentimiento de culpa que permitió al pueblo alemán negar cualquier responsabilidad en los crímenes nazis que se imputaban, de este modo, sólo a los dirigentes del Tercer Reich. Así las cosas, el tema de genocidio judío siguió siendo un tabú en la sociedad germana hasta finales de la década de 1970, dado que “el saqueo, la persecución y la deportación de los judíos era el aspecto del trabajo de memoria más dura de afrontar para el pueblo alemán”. En este sentido, una pregunta compleja atormenta a dicha autora: “¿Hasta qué punto era posible para los hombres y mujeres ordinarios como mis abuelos no ser nazis bajo el Tercer Reich? ¿Decir no sin tener madera de héroe? ¿Sin arriesgar la vida o ser enviado a un campo?”. Y a ello le responde el historiador Norbert Frei: “Que no sepamos cómo nos habríamos comportado no significa que no sepamos cómo habríamos tenido que comportarnos”.
Lo dicho para el caso de Alemania resulta también válido para analizar un pasado sucio de la historia de España cual fue el régimen franquista pues, como nos recordaba Álvarez Junco, el franquismo no sólo se mantuvo en el poder “por el temor de su policía” pues también contó con sectores sociales favorables a él, con sus mitläufers particulares, con la gente ordinaria que formó lo que dio en llamarse “el franquismo sociológico”, algo que todavía pervive en la actualidad y ahora emerge con arrogancia y sin complejos. No lo olvidemos.
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