Una distopía tecnológica

José Ramón Villanueva Herrero

(publicado en: El Periódico de Aragón, 24 de septiembre 2025)

Estamos asistiendo a un profundo cambio que afecta al sistema tradicional de los partidos políticos. De este modo, además del creciente (y preocupante) auge de nuevas organizaciones ultraconservadoras cuando no abiertamente reaccionarias, Peter Mair nos advierte del cada vez mayor protagonismo que, en la vida y en las decisiones políticas, está adquiriendo lo que él llama “la tecnología de los expertos no políticos”.

En este último caso, el poder de los tecnócratas, a quienes nadie ha elegido democráticamente, ha ido en aumento y, ejemplo de ello es que son precisamente estos tecnócratas quienes imponen la política económica, como ocurre en la Eurozona de la Unión Europea (UE), razón por la cual el margen de gestión económica de los Estados es cada vez más restringido porque está marcado por diversos organismos internacionales y ello, lógicamente, limita a dichos Estados a practicar su propia política económica con arreglo a la situación y contexto concreto de cada uno de ellos.

Además, hay que tener presente que estos órganos tecnocráticos que, insisto, no han sido elegidos democráticamente por nadie, han causado, en ocasiones, negativos efectos en el modelo del Estado Social, al cual han impuesto recortes presupuestarios y de prestaciones sociales sin pasar por la aprobación previa de ningún Parlamento. Es por ello que Ignacio Sánchez-Cuenca ha llegado a referirse a este fenómeno como el causante de una “impotencia democrática” debido a que, “al delegar el poder de decisión en materias económicas esenciales a estructuras supranacionales que no tienen responsabilidad democrática alguna, establecen reglas que atan las manos a los Gobiernos”, razón por la cual “la tecnocracia socava las bases de la democracia representativa”, un peligro real cada vez más amenazante.

Así las cosas, y ante un futuro con una creciente injerencia de la tecnocracia en la política, diversos autores intuyen y advierten de los peligrosos riesgos de una distopía, que bien pudiera convertirse en realidad y, por ello, como apunta Joaquím Bosch, “quizá presenciemos el nacimiento de sistemas políticos inspirados en la aplicación de algoritmos matemáticos, en los que se pretenda fundamentar las decisiones en razones técnicas y no en la libre opinión de la ciudadanía”. En este sentido, iría el actual modelo político de China, un país que representa un claro ejemplo de capitalismo sin democracia y en el cual “el autoritarismo desarrollista chino ha demostrado que se puede obtener un gran crecimiento económico sin las instituciones de la democracia liberal”. Es por ello que, refiriéndose al citado modelo político-económico de China, Byung-Chul-Han ha acuñado el término de la “posdemocracia digital”, sistema en el cual la política pasaría a ser sustituida por la gestión de sistemas basados en datos, y los políticos serían desplazados por expertos. Y, en esta distopía, la gestión de los datos pasaría de lo privado a lo público, en el contexto de lo que Shoshana Zuboff ha denominado la “era del capitalismo de vigilancia”.

En este futuro distópico, según José María Lassalle, se llegaría a implantar un “totalitarismo digital” que acabaría con la democracia e impondría una Administración cibernética, en una especia de “despotismo algorítmico”. Y, para evitarlo, Lassalle considera que la democracia “debe establecer un pacto con la técnica, para situarla al servicio de la ciudadanía, a través de una legislación que regule una nueva sociedad digital, con fundamentos humanísticos”.

Como finalmente nos advertía Joaquím Bosch, todo esto son posibles distopías que no debemos ignorar, ya que como argumentaba la antes citada Shoshana Zuboff, “la tecnología no puede sustituir a la democracia. Los principales problemas de la Humanidad siempre serán éticos, no técnicos. Y las tecnologías nunca han sido apolíticas”.

El tiempo dirá si esta distopía tecnológica llega a convertirse en una amenaza real para nuestras vidas y nuestra democracia.

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