José Ramón Villanueva Herrero
(publicado en: El Periódico de Aragón, 11 abril 2025)
Históricamente, el fascismo siempre ha apelado a las pasiones, habitualmente, a las bajas, para enardecer el entusiasmo delirante de sus seguidores. Baste recordar la puesta en escena de los discursos y la gesticulación histriónica, a veces histérica, que acompañaba a los multitudinarios discursos de Hitler o de Mussolini. Ciertamente, la pasión visceral se imponía a la racionalidad argumental y bien lo sabían entonces los fascismos clásicos, al igual que ahora lo hacen los mensajes de los emergentes partidos de la extrema derecha.
Joaquím Bosch, en su muy recomendable libro Jaque a la democracia. España ante la deriva autoritaria mundial (2024), señala cómo la escritora franco-israelí Eva Illouz, destaca cómo los grupos de la extrema derecha utilizan, con gran habilidad, los discursos emocionales como forma de transmitir sus mensajes políticos. Para esta autora, estos discursos de signo ultraderechista se articulan en torno a cuatro emociones básicas: el miedo, el asco, el resentimiento y el orgullo nacional. Veámoslos seguidamente.
El miedo y la difusión emocional de esta inquietante sensación permite que, quienes lo propagan, dividan de forma deliberada a la sociedad en dos grupos confrontados: los “amigos”, que, obviamente son los “buenos”, y los “enemigos”, grupo diverso que englobaría a todos aquellos que la ultraderecha considera como “malos”, por ser contrarios a su visión excluyente de la sociedad y la nación. Es por ello que, junto a la propagación del miedo, estos grupos pretenden hacerle frente exigiendo una mayor dureza en la aplicación de las medidas de seguridad y de orden público contra estos supuestos “enemigos”, convertidos así en “cabezas de turco”, tal y como desgraciadamente ocurre con frecuencia con la población inmigrante.
El asco es un elemento consustancial al racismo que destila la extrema derecha, un asco que les hace evitar cualquier mezcla o proximidad con quienes, en su opinión “no son como nosotros”.
El resentimiento, que, en ocasiones tiene su origen en problemas verdaderos surgidos en nuestra sociedad, cada vez más multicultural y multiétnica, donde, ciertamente, a veces puede generar conflictos. No obstante, resulta muy acertada la apreciación de Illouz cuando nos advierte de que “el discurso emocional de las derechas radicales permite que el resentimiento popular aparte la mirada de las estructuras de opresión [social] y, valiéndose del conflicto identitario, desvíe ese rencor hacia otros [ciudadanos] nacionales y hace los extranjeros sin recursos”. De este modo, la ultraderecha no ataca a los poderes económicos y se dirige, con denodada saña, contra, por ejemplo, el movimiento feminista, las minorías étnicas que tratan de mejorar su integración social y hacia los inmigrantes que, en circunstancias bien precarias, llegan a nuestro país con el anhelo de alcanzar un futuro mejor.
El orgullo nacional es la cuarta seña de identidad de los discursos emocionales ultras que se manifiesta en su apego (y apropiación) a determinados símbolos de la nación, como es la bandera, así como a determinados valores de los que se consideran como sus únicos y legítimos poseedores, tales como el amor a la patria, así como a una visión y defensa de una historia nacional tan idealizada como carente de autocrítica. Es por todo ello que se consideran los únicos “patriotas”, henchidos de un amor patriótico que, mientras resulta inclusivo para sus afines, a la vez se hace excluyente para los que ellos consideran cono “antipatriotas”, como aquella “anti-España” heredada del franquismo.
En consecuencia, esta visión sesgada del sentimiento nacional, como señala de nuevo Illouz, “el orgullo nacional estimula sentimiento de hermandad” y, a modo de ejemplo, ahí tenemos el caso del partido gobernante en la República Italiana, heredero del fascismo mussoliniano y liderado por Giorgia Meloni, que se denomina, precisamente, Hermanos de Italia. Pero, esta “hermandad”, este orgullo de pertenencia a una determinada e idílica nación, responde, como no podía ser de otro modo, a “una visión selectiva sobre quienes son considerados miembros de la nación”, excluyendo, de forma sectaria, a amplios colectivos por motivos de ideología, raza o identidad sexual.
A modo de conclusión, estos discursos emocionales han sido un elemento importante para entender el auge de los mensajes y de los partidos de ultraderecha en la actualidad los cuales, lamentablemente, tienen un considerable eco en amplios sectores de la juventud. Por ello, a modo de antídoto, resulta tan importante fomentar, en los programas de los distintos niveles educativos, los valores cívicos y, desde las instituciones, reactivar las políticas públicas de memoria democrática.
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