José Ramón Villanueva Herrero
(publicado en: El Periódico de Aragón, 27 julio 2025)
Los partidos políticos son esenciales para el buen funcionamiento de las democracias representativas al igual que es evidente que, su descrédito socaba los cimientos de las mismas.
Lamentablemente, como señala el magistrado Joaquím Bosch en su libro Jaque a la democracia. España ante la amenaza de la deriva autoritaria mundial (2024), “en las últimas décadas se ha producido un creciente descrédito de las organizaciones políticas, con un deterioro paralelo de la credibilidad del sistema democrático”. A ello se suman los graves casos de corrupción que, en España, han afectado tanto al PP como al PSOE, casos de todos conocidos. Si el Eurobarómetro del año 2023 ya señalaba que el 90% de los ciudadanos españoles tenían una visión desconfiada y negativa con respecto a los partidos, la situación actual no ha hecho más que empeorar. Y este descrédito, que ha producido una profunda insatisfacción ciudadana, es la que explica en parte el preocupante auge de la involución autoritaria, del crecimiento electoral y social de los partidos de la extrema derecha en todos los países europeos.
En esta atmósfera política, Peter Mair nos señala una serie de indicadores que ponen de manifiesto graves retrocesos democráticos tales como: el descenso de la participación ciudadana en los procesos electorales con el consiguiente aumento de los porcentajes de la abstención; la volatilidad en el apoyo a las distintas organizaciones, tal y como lo evidencia el trasvase de votos de los partidos tradicionales a otros de signo antisistema o abiertamente ultraderechistas y, finalmente, el notable descenso de la afiliación a los partidos. Todo ello pone de manifiesto un lamentable alejamiento de la ciudadanía de los partidos que la deberían representar, en la misma medida en que éstos, convertidos en órganos burocráticos y en máquinas electorales, se han ido alejando de las preocupaciones cotidianas del ciudadano de a pie.
La raíz del problema arranca de una serie de “patologías” que han deteriorado el correcto y transparente funcionamiento de los partidos en democracia. En primer lugar, habría que hacer referencia a lo que Robert Michels llama “la ley de hierro de las oligarquías”, esto es, de los que controlan los aparatos internos de los partidos, cuando convierten en su principal objetivo el incrementar y mantener el poder político y orgánico a toda costa. Otras deficiencias relevantes serían los intentos de eliminar o, cuando menos, limitar, la democracia interna en los partidos, la elaboración de listas electorales cerradas o la excesiva burocratización e institucionalización de dichas organizaciones políticas.
Ante esta situación, resulta necesaria una nueva Ley de partidos que, como señalaba Joaquím Bosch, regule unos criterios mínimos obligatorios para hacerlos más democráticos tales como establecer elecciones primarias internas y abrir otros tipos de canales de participación para la militancia, incluso abiertos a los simpatizantes. También sería necesario establecer incompatibilidades entre los cargos políticos y los representantes en las institucionales tal y como propone Luigi Ferrajali acabar con esos “desdoblamientos de personalidad” y, no lo olvidemos, restringir al máximo los aforamientos. También sería muy oportuno el que los partidos se sometieran a auditorías externas obligatorias y periódicas, las cuales, como advierte Bosch, deberían de ser “más exigentes de las que realiza el Tribunal de Cuentas.
No menos importante es, también, la limitación regulada de los mandatos, tanto en los partidos como en los organismos públicos y es que, como recordaban Roger Eatwell y Mattiew Goodwin, cuando fracasa la mediación representativa de los partidos, se produce el auge de la extrema derecha y de los discursos nacional-populistas, los cuales “se han nutrido de la idea de que las élites solo buscan aferrarse al poder y de que se han ido aislando cada vez más de las inquietudes, las aspiraciones y las necesidades de la gente corriente”. Y ello es un serio peligro para la pervivencia de la democracia.
A modo de conclusión, resulta muy oportunas las palabras de Joaquín Bosch para hacer frente a este riesgo: “La recuperación de la credibilidad del sistema de partidos pasa por garantizar que actúan con una honestidad indiscutible, con una preocupación verdadera por entender los problemas de la ciudadanía y con una sensibilidad adecuada para resolver los problemas de la sociedad. La limpieza de la vida pública es una de las rutas obligatorias para fortalecer la democracia”.