Un conflicto eterno, una paz ¿imposible?

José Ramón Villanueva Herrero

(publicado en: Nueva Tribuna, 3 de noviembre 2025)

En el enquistado conflicto que desde hace décadas enfrenta a palestinos e israelíes, el sueño de lograr una paz justa parece inalcanzable, máxime cuando en la actualidad el actual gobierno israelí de Binyamin Netanyahu está perpetrando un auténtico genocidio en la Franja de Gaza.

Meir Margalit, destacado miembro de la izquierda pacifista israelí, señalaba en su libro El eclipse de la sociedad israelí (2024), que resulta una obviedad que su país anhela la paz, pero, acto seguido añade con pesar: “el único problema es que Israel no está dispuesto a pagar el precio por la paz o, en otras palabras, no tiene intención alguna de restituir los territorios conquistados a la Autoridad Palestina, condición indispensable para llegar a algún acuerdo pacífico en la región”. Las razones de esta negativa, según Margalit, responden a dos motivos. Por una parte, a argumentos de índole religiosa ya que para el nacionalismo israelí estas tierras son la cuna del pueblo hebreo y fueron concedidas por Dios única y exclusivamente al pueblo judío. A ello se suman motivaciones de carácter militar ya que la retirada de todos los territorios ocupados, como ya ocurrió con la Franja de Gaza, evacuada por Israel en el año 2005 y convertida más tarde en bastión del terrorismo islamista de Hamas, daría lugar, según los estrategas hebreos, a la creación de un “Hamastán” apoyado por Irán y que pondría en riesgo la existencia del Estado de Israel. En consecuencia, en palabras de Margalit, “la concepción militarista se opone a devolver territorios por motivos de seguridad y la religiosa, se niega a toda restitución por motivos bíblicos, y ambos se nutren mutuamente”. Por las razones antes citadas, como se lamentaba con pesar este coherente pacifista israelí, “Israel no está dispuesto a ninguna concesión” y ello implica que “el conflicto está destinado a continuar hasta el infinito” o “hasta que la comunidad internacional ponga fin a este delirio”.

Ante esta actitud cerrada, no nos debe de extrañar que los sucesivos intentos de negociar una paz justa hayan sido condenados, irremediablemente, al fracaso. De este modo, se frustraron las negociaciones de paz entre el entonces primer ministro de Israel Ehud Barak y Yasser Arafat, el líder de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) en el año 2000. Lo mismo ocurrió con el Plan de Paz de la Liga Árabe del año 2002 que, encabezado por Arabia Saudí, proponía el reconocimiento y establecimiento de relaciones diplomáticas de Israel con todos los estados miembros de la Liga Árabe a cambio de la retirada israelí de los territorios ocupados, oferta que contaba, además, con el apoyo de los Estados Unidos. Esta propuesta desconcertó al Gobierno de Israel el cual, “quedó confundido por tan generosa propuesta” pero, al iniciarse a finales de dicho año la segunda Intifada palestina, como apunta Margalit, “Hamas salvó a Israel de semejante embrollo” y ello dinamitó el citado plan de la Liga Árabe.

Poco tiempo después, tras la evacuación unilateral por parte de Israel de la Franja de Gaza decretada por Ariel Sharon en 2005, Hamas se hizo con el control de la misma desplazando a los afines a la Autoridad Nacional Palestina (ANP) y a la OLP de dicho territorio palestino. A partir de este momento, como recordaba Margalit, Israel hizo “una doble acción” para mantener vivo el conflicto y, de este modo, imposibilitar cualquier acuerdo de paz por mínimo que fuera, argumentando que en el lado palestino no había ningún interlocutor “fiable”. Ello hizo que, a partir de ese momento, la política llevada a cabo por Israel tuviera un doble objetivo: por un lado, debilitar a la ANP a la que se le reprochaba su incapacidad para mantener el orden en los territorios que administraba y su ineptitud para negociar en nombre del pueblo palestino y, por otra parte, Israel entró en una perversa dinámica tendente a fortalecer a Hamas en Gaza permitiendo la introducción de los recursos económicos que enviaba Qatar, “para mantener actualizado el conflicto” y, a la vez, demostrar que “el pueblo palestino está totalmente dividido”.

Todo ello hizo que también fracasasen los tímidos intentos de negociaciones de paz llevados a cabo por Ehud Olmert, el nuevo primer ministro de Israel, y Abu Mazen, dirigente de la ANP en el año 2007. Desde entonces, ya no se volvió a hablar de paz, el conflicto se enquistó, la sangres siguió derramándose y los hechos posteriores no hicieron más que agravar la tragedia hasta llegar a la situación actual en la que se está cometiendo un auténtico genocidio en Gaza, lugar donde además de la devastación sistemática que está sufriendo la Franja, Amichai Eliyahu, ministro ultraderechista del Gobierno de Netanyahu, llegó incluso a plantear lanzar una bomba atómica sobre Gaza para acabar con la población palestina.

Así las cosas, el conflicto se eterniza y sin esperanzas de solución, no sólo por la intransigencia de la política de Israel, sino también por la falta de implicación de la comunidad internacional, la cual, según señalaba Ignacio Álvarez-Osorio, “con su apatía y renuncia, ha permitido que el conflicto se agrave y que la herida se gangrene en los últimos años”. Esta situación se ha debido, en parte, a que Israel goza, en la actualidad, de un “status privilegiado” en el área internacional, debido a una combinación de remordimientos de conciencia tras el recuerdo de lo que supuso el Holocausto para determinados países, como a los vínculos de dependencia estratégica en la vital zona de Oriente Medio, lo cual le ha permitido a Israel sentirse con “carta blanca” para “cometer atropellos” a pesar de que el actual genocidio en Gaza, le está suponiendo un innegable descrédito a nivel internacional. De este modo, como se lamentaba el pacifista Margalit, “Israel se permite impúdicamente toda violación a la ley y todo atropello a los derechos humanos” gracias, sobre todo, al apoyo incondicional de los Estados Unidos, tal y como, lamentablemente, constatamos cada día.

Por todo lo dicho, la comunidad internacional tiene el pleno derecho y la obligación de involucrarse a fin de “desactivar la bomba de relojería que amenaza con desestabilizar el equilibrio regional”. Y, por ello, ante la intransigencia de Israel, hay que forzarle a que acate la legislación penal internacional y, en esta línea van las distintas órdenes y actuaciones de la Corte Penal Internacional para detener y juzgar a Netanyahu por crímenes contra la Humanidad. De igual modo, esta misma legislación internacional insta a la devolución de los territorios ocupados por los asentamientos ilegales israelíes, tal y como contempla el veredicto de los Corte Internacional de Justicia de julio de 2024 “ordenando la reintegración inmediata a sus legítimos propietarios”, así como diversas resoluciones de la ONU, sistemáticamente incumplidas por Israel. De este modo, la comunidad internacional debe forzar (y exigir) a Israel “acabar con toda aventura colonialista y volver a las fronteras de 1967” dado que, como advierte Margalit, “cada día que pasa, Israel deja sentados más hechos consumados que obstaculizan cada vez más el fin de la ocupación” en Cisjordania.

Otro deber político (y moral) de la comunidad internacional es el del reconocimiento pleno del Estado Palestino tal y como ha hecho España, una decisión tan valiente como justa que, al margen de su valor simbólico, debe ir acompañada, para ser efectiva, de la presión antes citada por parte de la comunidad internacional para que Israel cumpla con la legislación y las resoluciones de la ONU. Y, por todo ello, ya no vale como excusa, como argumentaban algunos países y partidos, que reconocer al Estado Palestino supondría “agravar las relaciones con Israel” porque ello “podría afectar al proceso de paz” dado que éste, a efectos prácticos, ya está muerto.

Pocos datos animan a la esperanza, pero, dado el grado de complejidad que ha alcanzado este eterno conflicto, no son posibles soluciones óptimas y, por ello, la visión pacifista de Margalit le hace afirmar que “la política es el arte de lo posible y actualmente el camino a la paz tiene que ser más pragmático que justo”. Y, tal vez por ello, como “salida a toda esta locura”, apunta como solución la figura de Marwan Barghouti (a) Abu Qassam, líder de la rama paramilitar de Fatah, encarcelado en Israel y que para algunos podría desempeñar un papel similar al llevado a cabo por Nelson Mandela para acabar con el régimen racista del apparheid en Sudáfrica. De Barghouti dice Margalit que es “la única persona capaz de tomar las riendas de Gaza y de la Autoridad Palestina y de llegar a un acuerdo de convivencia con Israel”. Y más aún, Margalit no duda en afirmar que “es cuestión de tiempo hasta que Barghouti ocupe el lugar de honor que le corresponde en la historia del pueblo palestino”. Tal vez esta sea la tenue luz de una ansiada paz en una tierra en la que ya se ha vertido demasiada sangre inocente.

Es necesario recordar que, en el año 2020, se llegó, bajo el auspicio de los Estados Unidos, a los llamados Acuerdos de Abraham, los cuales tenían por objeto la normalización de las relaciones entre Israel y diversos países árabes, en concreto, con Emiratos Árabes Unidos (EUA), Barhein, Sudán y Marruecos. No obstante, los Acuerdos de Abraham eran inaceptables para Irán y sus milicias afines: Hezbolá en el Líbano y Hamas en Gaza. De este modo, el brutal ataque del 7 de octubre de 2023 de Hamas contra Israel dinamitó esta posible reconfiguración de las relaciones entre parte del mundo árabe e Israel. Además, ironías de la vida, el ataque del 7 de octubre lo lanzó Hamas contra los kibutzs y comunidades fronterizas con Gaza, que, como recordaba Darío Teitelbaum, era “la cuna de los creadores del socialismo en Israel” y “el lugar donde viven cientos o miles de activistas por la paz”, los cuales fueron víctimas de Hamas, organización que, desde 2005, había implantado en la Franja de Gaza “un régimen islámico extremista y dictatorial”.

Así las cosas, Darío Teitelbaum, presidente de la Unión Mundial de Meretz, el partido de la izquierda pacifista israelí, que lleva 45 años luchando por la paz y que siempre ha defendido el derecho del pueblo palestino a tener un Estado propio, piensa que el futuro tiene que pasar por tres etapas, cual son: el fortalecimiento de la ANP, la cual debe retomar el control de la Franja de Gaza; la creación de una gran coalición para la reconstrucción de la región y, retomar lo que Hamás desbarató, esto es, el Plan o los Acuerdos de Abraham con los países árabes dispuestos a normalizar sus relaciones con Israel.

Todavía hay un tenue rayo de esperanza. En ello confiamos.

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