Xenofobia

José Ramón Villanueva Herrero

(publicado en: El Periódico de Aragón, 17 agosto 2025)

La integración de colectivos y etnias distintas a la mayoritaria de cada país no está exenta de dificultades, pero, a la vez, supone un reto y una oportunidad para la sociedad receptora. Y esto es importante recalcarlo ahora que la amenaza creciente de la involución autoritaria que se expande por muchos países, como señala Cas Mudde, pretende implantar “una democracia basada en la etnia, con una concepción monocultural del Estado, en la que los de fuera no serían bienvenidos, sobre todo si son portadores de culturas muy diferenciadas”.

A lo largo de la historia de la Humanidad ha habido migraciones positivas, aquellas en que las personas que las llevaban a cabo fueron acogidas con hospitalidad, hallaron ilusiones y esperanzas en su nuevo país de acogida, a la vez que su esfuerzo e integración sirvieron para mejorar la sociedad que los acogió. Pero también las hubo problemáticas, máxime cuando en estos tiempos de globalización, los conflictos bélicos y las fatales consecuencias del cambio climático han acelerado el incremento de los flujos migratorios y ello ha producido un preocupante auge de las concepciones nativistas-nacionalistas en los países receptores.

Las actitudes de rechazo a los migrantes han arraigado también en la Unión Europea donde la bandera anti-inmigración está siendo enarbolada por la extrema derecha. Este es el caso de la Hungría de Víktor Orbán que, con un discurso que exalta la “pureza racial magiar”, parece encaminar a Hungría hacia una “democracia étnica autoritaria”. Lo mismo podemos decir de las pretensiones del Partido Ley y Justicia que anhela que su país sea una “Polonia blanca”.

Y qué decir de las bravuconadas xenófobas de Donald Trump cada vez que se refiere a la población latina o musulmana residente en los Estados Unidos, así como sus deseos de llevar a cabo deportaciones masivas de estos colectivos en un país tan multicultural como los Estados Unidos, un país forjando por el aluvión de oleadas de migrantes de las más variadas procedencias, como la familia del mismo Trump, descendiente de emigrantes alemanes y escoceses.

En el caso de España, Vox ha hecho también bandera de la xenofobia, sobre todo, si este es pobre: es lo que conocemos como “aporofobia”, tal y como hemos podido comprobar con los lamentables sucesos ocurridos en la localidad almeriense de Torre Pacheco. Estos mensajes, que en nada ayudan a la convivencia cívica, han contaminado, también, a determinados dirigentes y sectores del PP, tal y como ha quedado de manifiesto con la polémica suscitada en diversas comunidades autónomas, también en Aragón, en relación al tema del reparto y acogida de los “menas”, los menores no acompañados llegados a nuestro país.

Las ensoñaciones ultras pretenden convertir a España en un país monocultural, algo propio de un nativismo españolista trasnochado. Y es que, aquellos nefastos tiempos del “Santiago y cierra España”, que es lo que les gustaría a los seguidores de Santiago Abascal, afortunadamente ya pasaron a la historia. Y es que, como señalaba Federico Finchelstein, denunciar las mentiras y la demagogia xenófoba de la extrema derecha “es de capital importancia para la supervivencia de la democracia” y, por ello,  hay que hacer frente a los discursos de odio, la xenofobia y el rechazo al diferente que distorsionan la realidad, propagando un infundado miedo “a la desaparición de la identidad nacional”, supuestamente amenazada por la “invasión de extranjeros”, o por las demagógicas acusaciones de que los migrantes “expolian” nuestros recursos públicos. Y, frente a tanta mentira y demagogia, el Banco de España, en su Informe anual del año 2023 señalaba, mal que les pese a los xenófobos, que España “requiere la incorporación de más de 24 millones de trabajadores inmigrantes en los próximos 30 años para garantizar que el sistema público de pensiones sea viable y para mantener la prosperidad económica”.

Y, dicho esto, resulta fundamental, y ahí queda el reto para las instituciones públicas, de gestionar bien la multiculturalidad y los derechos de las minorías sin que ello sea en menoscabo del respeto a los derechos humanos que deben afectar a todas las culturas.

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