El 21 de noviembre de 2000 era asesinado por la banda criminal ETA Ernest Lluch i Martín, uno de los políticos más destacado del socialismo democrático y, por extensión de nuestra democracia. Por ello, hoy, recordando su memoria, quisiera hacerme eco de algunos de los testimonios que, en torno a su figura se recogen en el libro Ernest Lluch. El esfuerzo por construir un país, editado por la Generalitat de Catalunya en 2007.
De entrada, digamos que Lluch estuvo involucrado desde su juventud en la lucha antifranquista desde postulados socialistas y catalanistas, lo cual le supuso varias detenciones y su expulsión como docente de la Universidad de Barcelona en 1966.
Fue sin duda un político peculiar, atípico, siempre dialogante, defensor del federalismo, de la España plural, que también fue uno de los artífices de la integración en 1977 del socialismo catalán, “con una fórmula federativa original”, como dijo Enrique Barón, en las siglas históricas del PSOE. Su actitud tolerante y abierta le hizo defender, frente a los partidarios del “frentismo”, la necesidad de colaboración entre el nacionalismo democrático vasco para que, como recordaba Odón Elorza, por ser esta una “vía que facilitara la búsqueda de acuerdos de largo alcance” mediante los cuales lograr el doble objetivo de profundizar el autogobierno vasco y, también, para garantizar un futuro de convivencia en libertad y sin amenazas. Es por ello que, junto a Herrero de Miñón, fue el autor del libro Derechos históricos y constitucionalismo útil con propuestas concretas para abordar el conflicto vasco. Ello implicaba, entonces como ahora, una lectura abierta y flexible de la Constitución, para pensar primero y lograr después, una adecuada vertebración de nuestra España plural. En consecuencia, defendió, frente a incomprensiones varias, también en las filas del PSOE, el desarrollar la Disposición Adicional Primera de la Constitución que permitiera un Pacto de Estado sobre un marco jurídico político nuevo que contara con el mayor consenso posible en Euskadi. A buen seguro, tal vez de tenerlo ahora entre nosotros, Lluch pondría toda su lucidez política e intelectual para abordar la actual maraña del procès catalán actual y plantear, como ya hizo con Euskadi, propuestas para llegar a esos “acuerdos de largo alcance”, para un “acuerdo inclusivo” de Cataluña en España. Por todo ello, Lluìs Foix dijo de él que era “un gran patriota catalán, un español que conocía las dificultades para mantener una relación normal con España”
Pero como político valiente y progresista que era, asumió un decidido compromiso en favor de lograr la paz en las tierras vascas a las que tanto amaba. Y es que, como recordaba Lluìs Bassat, Lluch “nos enseñó que la paz se construye con los enemigos, no con los amigos que están para disfrutar” y, por esta razón, tenía claro que había que hablar con todo el mundo, sin ningún tipo de exclusiones, sin que ello supusiera ningún tipo de claudicación ante los violentos.
De su legado político quedará, para siempre, su labor como ministro de Sanidad y Consumo (1982-1986). Ahí está la Ley General para la Defensa de Consumidores y Usuarios (1984), el Plan General sobre Drogas (1985) y, sobre todo, la Ley General de Sanidad (1986) mediante la cual se hizo efectivo el ideal de lograr la sanidad universal, de manera equitativa y sin límites a su acceso por razones socioeconómicas.
No menos destacable fue su legado como intelectual. Lluch, premio extraordinario de final de carrera en 1961 como licenciado en Ciencias Políticas, Económicas y Comerciales, fue el autor de más de 300 artículos y 29 libros, fruto de su curiosidad insaciable, razón por la cual John Elliott, con quien coincidió en 1989 durante su estancia como profesor visitante en la Escuela de Estudios Históricos del Instituto de Estudios Avanzados de Princeton, lo definió como un “hombre de la Ilustración”, un ilustrado del s. XX, dado que concedía una “importancia suprema de las ideas y de su exposición racional”. Como ejemplo de su personalidad polifacética, de su curiosidad insaciable, fueron sus múltiples inquietudes culturales y sociales: desde el deporte a la música, pasando por la literatura, la filosofía, el arte o la sociología. Por ello, en su brillante etapa como rector de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo asumió como lema la expresión de Emmanuel Kant “Sapere aude”, esto es, “Atrévete a pensar”.
Por ello, ahora que se cumplen 20 años de su asesinato, recordamos con emoción su figura, la de un político valiente y honesto, un intelectual comprometido, un ejemplo que tanto precisamos en estos momentos inciertos, en unos tiempos en que se ciernen serias amenazas hacia la Sanidad Pública procedentes desde los vendavales privatizadores del neoliberalismo, en unos tiempos en que el conflicto territorial, ahora en Cataluña, ha supuesto una grave fractura que también requiere los antes citados “acuerdos de largo recorrido” que recompongan tantos desgarros, esos que, alientan los “frentismos” desde uno y otro lado, tan crispantes como suicidas, esos “frentismos” que siempre rechazó Lluch. Por todo lo dicho, el legado y la figura de Lluch lo resumió un emocionado Pasqual Maragall con una frase tan veraz como contundente: “Lluch estuvo con todas las causas nobles”. Y es verdad.
Villanueva Herrero José Ramón
(publicado en: El Periódico de Aragón, 21 noviembre 2020)
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