En su primer discurso inaugural, como presidente de los Estados Unidos en 1801, Thomas Jefferson dijo: “Si hubiera entre nosotros quienes quisieran disolver esta Unión o cambiar su forma republicana, dejémosles actuar sin molestarlos, como si fueran monumentos a la seguridad que hace tolerables las opiniones erradas cuando la razón es libre para combatirlas”.
Esa fe de Jefferson no se ha formulado nunca mejor que de la mano del británico John Milton en 1644 en su libro Areopagítica: “Aunque todos los vientos de la doctrina desatados, arremetan contra la Tierra, mientras la Verdad se halle en el campo de batalla, seguirá siendo un agravio contra ella seguir censurando y prohibiendo, como si se dudara de su fuerza. Dejemos a la Verdad y a la Falsedad luchar cuerpo a cuerpo. ¿Quién conoce que alguna vez haya sido vencida en un enfrentamiento libre y abierto?. Hoy seguro que opinaría muy diferente.
En la misma línea de Milton se manifestó Voltaire: “Detesto lo que dices, pero defendería hasta la muerte tu derecho a decirlo”. Defensa de la libertad de expresión, aunque lo expuesto esté totalmente en contra de nuestros pensamientos. Es la esencia de un auténtico demócrata. Pero, en estos tiempos con la expansión de la redes (a)sociales, bajo el paraguas de la libertad de expresión los líderes libertarios, es decir, los Trump, Bolsonaro o Milei junto con sus secuaces a sueldo, transforman la libertad de expresión en libertad de excreción, termino que me la sugerido el artículo de Diego Iglesias, publicado en la revista argentina Anfibia ¡Viva la libertad de excreción, Carajo! Estos libertarios han convertido las redes sociales, como X, en un albañal, donde pueden defecar cualquier cosa. Protegidos bajo la idea de defender la libertad de expresión, ese poder “decir cualquier cosa” es el principal activo de la estrategia de sus crueles políticas. No en vano ya, la Argentina de Milei es considerada como una democracia cruel, ya que el discurso de la crueldad lo implementa contra una multiplicidad de grupos vulnerables: los migrantes, las diversidades sexuales, los pobres y las clases trabajadoras que ocupan las últimas posiciones en la sociedad.
Libertad infantil, caprichosa, sin asumir consecuencia alguna, controlan a una población sumisa y sorprendida e imponen su agenda en la red. Cuando disparan contra otros, logran que esos otros se vayan. Así, tienen más capacidad de instalar sus temas y con el enfoque deseado. Su estrategia es violentar para dejar una tierra quemada y así tener una voz única y cada vez más potente. Empujando a otros al silencio, instalan su palabra. Para los libertarios la “libertad de expresión” es sólo para el emisor. Al receptor no hay que protegerlo ni preservarlo. Si así se hiciera, se reduciría su potencia destructora. Sin reglas, los más voraces se comen al resto de los usuarios. Lo que ellos llaman libertad de expresión, en realidad, es la ley de la selva. Puro darwinismo. Quienes de buena fe quieren participar bajo la lógica del debate de ideas y la argumentación abandonan un escenario comunicativo cada vez más tóxico. Esa toxicidad es el combustible que alimenta a los libertarios. Milei poco ha posteó”: “Lo más maravilloso que nos ha regalado @elonmusk ha sido la libertad plena en el uso de la red social, cuando antes regía la censura woke”, que se refiere a las mínimas políticas de contención que antes existían para ponerle control a la autopista de odio por donde transitan los usuarios de X y que limitaba en algo las fake news y la violencia radicalizada. El tipo más rico del planeta, cegado por el odio, se compró una plataforma para destruir al que piensa diferente. De ahí la sintonía que los Milei, Trump y Bolsonaro tienen con Elon Musk. Si la red ya era un lugar donde siempre preponderaron las emociones negativas, ahora se incrementando mucho más. Ante estas actuaciones tan nocivas para la democracia, sorprende tanta pasividad e indiferencia de la sociedad y de los Estados.
El Periódico de Aragón, 14 de septiembre de 2024