Algunas reflexiones sobre la Medalla de Oro del Ayuntamiento de Madrid a Andrés Trapiello.

Publicado por Cándido Marquesán el 15 de mayo de 2021 en Nueva Tribuna.

Ha levantado mucha polémica la concesión de la Medalla de Oro del Ayuntamiento de Madrid a Andrés Trapiello. El grupo socialista del Ayuntamiento, por la voz de Mar Espinar o Pepu Hernández, manifestaron su desacuerdo al considerarlo  revisionista de la historia. Luego el ministro de Cultura y Deporte, José Manuel Rodríguez Uribe, ha criticado a sus compañeros de partido.

A mí que le den o no medalla a Trapiello me da igual. En los últimos tiempos las  medallas están muy degradadas.  Recientemente  el Ayuntamiento de Madrid le concedió otra Medalla de Oro  a Ana Botella, la cual fue responsable de la venta de viviendas sociales a fondos buitres, con el consiguiente quebranto a muchos madrileños de clase humilde. Ana Botella, la mejor alcaldesa de Madrid en los últimos tiempos,  aseguró que con este tipo de operaciones “sólo cambia el casero”, de modo que los inquilinos mantenían “sus derechos y obligaciones”. Botella insistió que el proceso de venta no afectaba a los contratos de los inquilinos, “que tienen los mismos derechos y obligaciones, en unas viviendas que siguen siendo protegidas y que se rigen por la normativa de las viviendas de protección pública”. Ustedes mismos saquen sus propias conclusiones y  valoren la catadura moral de aquellos que toman estas decisiones. Hace falta tener cuajo.

Retorno a Trapiello. ¿Le han concedido la medalla por ser un escritor brillante, que lo es,  o por defender determinadas opciones políticas? Por ejemplo, poco ha manifestó: “Largo Caballero nunca debió tener una calle en Madrid”.  Toda una declaración de intenciones. No está mal. Insistamos más en esta dirección. Podemos conocer su postura sobre la Memoria Histórica en una entrevista, que le hizo, Daniel Gascón, el 1 de junio de 2019 en Letras Libres con motivo de la publicación de su libro «Las armas y las letras: Literatura en la Guerra Civil (1936-1939).”

Daniel Gascón– «Este es, entre otras cosas, un libro sobre la memoria. En los últimos años se ha hablado mucho de la cuestión de la memoria histórica. Critica la ley. ¿Qué es lo que se ha hecho mal y qué es lo que habría que hacer?»

Andrés Trapiello– «Nuestros padres hicieron algo bien, no importa del bando que fueran: inculcar a sus hijos que cualquier cosa antes que repetir otra guerra civil. Y fueron más honestos que muchos de sus nietos: conocían la verdad de los hechos y sabían hasta qué punto todos, unos y otros, tenían mucho de qué arrepentirse. Por eso llegada la Transición lo confiaron todo al olvido, en aras de la convivencia y la paz. Y aunque supieran que sin justicia no hay paz posible, sabían también que a veces la paz es preferible a la justicia. Goethe lo sintetizó en un célebre díctum: prefiero la injusticia al desorden. Y como dice Nietzsche: un exceso de memoria acaba con la vida. Y así lo entendieron Carrillo, Pasionaria, González, Suárez, incluso Fraga. No es que cerraran en falso la historia. Confiaban en que el tiempo acabara de cicatrizar las heridas. Y todo parecía hacer pensar que se iba a lograr, hasta que… llegaron al poder quienes parece que legislaron no para resarcir a las víctimas, sino para reescribir la historia».

En la Tesis Memoria  y pasado español en la narrativa de Andrés Trapiello, de Mª Mar Fuentes Chaves, de la Universidad de Salamanca en la Facultad de Filología, y en el Departamento de Literatura Española e Hispanoamericana de 2017, aparece una entrevista a Trapiello. Podemos seguir profundizando sobre su pensamiento en torno a la Memoria Histórica.

Parte de su trabajo como escritor y, sobre todo, como editor se orienta a recuperar escritores olvidados por motivos políticos, como es el caso de Chaves Nogales, uno de los escritores de los que habla en “Las armas y las letras”, ¿por qué cree que es importante rescatar, hacer visible su trabajo en este momento?

Cuando a mí me proponen escribir Las armas y las letras, yo ya había leído mucho de la Guerra Civil, y ya había leído muchos autores, sobre todo de derechas porque estaba admitido en el reparto de papeles y de la lección de la historia que la derecha ha ganado, pero quieras que no, después del 75 no ha ganado lo suficiente porque ha perdido, porque al fin y al cabo Franco no ha logrado atarlo de tal manera que hiciera su régimen perpetuarse, por tanto, habéis ganado la guerra, habéis tenido 40 años de gobierno, pero ahora venimos la izquierda. Y en ese reparto, la izquierda que había perdido la guerra, en cambio había ganado, desde el primer momento la propaganda. La propaganda, y en el caso de la literatura de una manera incuestionable.La izquierda había dicho desde el primer momento, bueno yo he perdido la guerra porque tenía ideales, porque mis ideales eran más puros, más verdaderos, el mundo al fin y al cabo estaba minado por el mal, el mal siempre vence al bien y, en el caso de la literatura es evidente, los mejores poetas, filósofos han estado con el bien, y hemos perdido todos: las fuerzas del bien y los intelectuales del bien. Esto era un disparate, planteado así. Entonces, cuando me encargan el libro saben lo que yo pienso de esto, pienso que esto no es así, que no es operativo. A Lorca lo matan en la guerra, pero es que también matan a Ramiro de Maeztu, y en tanto que asesinatos sí los comparo, en tanto que literatura no, pero Ramiro de Maeztu en el 36 era muchísimo, no es el espantajo que es ahora, que ya ha desaparecido del horizonte intelectual español, no es más que un nombre en un instituto de Madrid. Cernuda hoy es muchísimo, pero en el año 36 no es absolutamente nadie, es mucho menos que Eduardo Marquina. Cuando la izquierda ya estaba convencida de que ese capítulo estaba cerrado, de que así como la victoria militar a partir del 75 estaba desprestigiada por haber precedido a una dictadura, en cambio, los postulados de la izquierda eran, si cabe, mucho más fuertes. Eso significó que una cierta izquierda, la más tonta, que dice, bueno, hemos ganado la propaganda y ahora vamos a ver si podemos ganar la guerra, que eso es lo que piensa la gente de Podemos con su idea de la memoria y de hechos alternativos. Pero esto no es así. Ni los mejores estaban solo en una parte, y vosotros menos mal que no habéis ganado, porque probablemente hubierais sido peores de los que ganaron, porque cuando dices nosotros hemos ganado no estás pensando en Azaña, estás pensando en Stalin, que era al que seguías.

Tras estos juicios de Trapiello cada cual puede hacerse una idea sobre si es revisionista o no. Mas,  quiero hacer algunas reflexiones.  Trapiello es un gran escritor no un historiador. Por ello, algunos historiadores de raza, como Francisco Espinosa o Ángel Viñas lo han puesto en su sitio.  Vamos a verlo.

Trapiello es defensor de la “Tercera España”, visón que queda muy bien. La presentan como la España sensata frente a los extremismos. Pero hay fines espurios tras ella. Dar por supuesto que en la guerra civil-sigo utilizando este término, cuando sería más pertinente el de guerra de España, como he explicado en algún artículo anterior- había otras dos enfrentadas, extremistas. Fascismo frente a comunismo. Este discurso de igual culpabilidad en ambos lados fue reafirmado tras la publicación del  libro de Manuel Chaves Nogales A sangre y fuego. Héroes, bestias y mártires de España, publicado ya en Chile en 1937 y en España en el año 2001. Está compuesto de un impresionante prólogo, y nueve relatos del lado golpista y del lado de la República legítima, a cual de ellos más truculento. En el prólogo escribió Chaves Nogales: «De mi experiencia personal había contraído méritos para haber sido fusilado por los unos y por los otros. Sé de buena tinta que antes de la guerra civil, un grupo fascista de Madrid había decidido asesinarme, sin perjuicio de que los revolucionarios, comunistas y anarquistas, considerasen que yo era perfectamente fusilable». Esa es la palabra clave “yo era perfectamente fusilable”. Por ello, decidió huir, y pasó a convertirse en paradigma de la Tercera España. Supone un reduccionismo injustificado, insisto, el convertir la guerra civil en un enfrentamiento entre comunismo y fascismo. Lo cual es una falacia, del lado de gobierno legítimo de la República había otras fuerzas políticas.

Sobre este libro y su contribución al fortalecimiento de la “Tercera España” es muy interesante el artículo de Francisco Espinosa “Literatura e historia. En torno a Manuel Chaves Nogales y la “Tercera España”. Nos dice “a esta concepción maniquea, de ambos lados fueron culpables, se ha incorporado también la literatura. Ahí tenemos a Muñoz Molina con La noche de los tiempos y a Trapiello con Ayer no más y a otros más intentando convencernos de que Manuel Chaves Nogales y algunos de sus escritos nos dan las claves de la guerra civil, al menos de la que imaginan gente como Muñoz y Trapiello, que ya sabemos que aunque escriben novelas son casi historiadores. El objetivo final, como el de los revisionistas, es ofrecer una visión negativa y caótica de la República y hacernos creer que la guerra, en la que todos fueron iguales, fue inevitable. Tienen mucho terreno ganado, porque lo que se nos viene diciendo desde la Transición es precisamente eso. Chaves, al que llevan camino del santoral de la “Tercera España”, les permite no ya lo que nunca les permitirán sus admirados escritores fascistas, sino lo que jamás podrán extraer de las obras de gente como Aub, Machado o Cernuda. Y ese concepto de la “Tercera España” viene perfecto para la equivalencia maniquea. La “Tercera España” no existe. La realidad es más simple. En 1936 había dos Españas: la del Gobierno legal surgida de las elecciones generales de febrero y la del golpe militar del 18 de julio. La terrible agresión fascista conmocionó y quebró el Estado, que vio cómo en cuestión de semanas más de medio país caía en manos de los golpistas, que estaban aplicando un calculado plan de exterminio. Sin embargo, allí donde el golpe fracasa o es sofocado por el pueblo en armas se abre un proceso revolucionario de consecuencias imprevisibles que tardará varios meses en ser controlado por los gobiernos republicanos que afrontaron la nueva situación. Debería estar claro ya que los responsables primeros y únicos de lo que pasó fueron los que iniciaron la agresión abriendo la cadena de violencia. Sin golpe militar no hubiera habido guerra. La República fue la víctima de ese ataque, al que tuvo que responder entre múltiples dificultades. Al respecto resulta muy interesante el último libro de Ángel Viñas ¿Quién quiso la guerra civil? En él demuestra cómo desde el mismo 14 de abril de 1931 los monárquicos, encabezados por Goicoechea, jefe nominal de Renovación Española, estuvieron en contacto con el fascismo de Mussolini para derribar el régimen republicano. Está claro quién quería la guerra civil.  La huida de Manuel Chaves Nogales  fue humana y no merma en nada su categoría personal ni la calidad de su obra, pero lo que no podemos hacer en modo alguno es convertirla en modelo ejemplar. Chaves Nogales, como otros muchos, optó por quitarse de en medio. Y por otro lado durante los 5 meses que estuvo en Madrid nadie lo molestó, sí que hubiera tenido problemas de haber estado en Sevilla el 18 de julio.

Sin embargo, hay que decir que la “operación Chaves”, para reafirmar la “Tercera España” encierra un desprecio absoluto por todos aquellos españoles que, desde diferentes posiciones ideológicas, defendieron la República hasta la derrota final. Hubo muchos otros periodistas que permanecieron hasta el final del lado del gobierno legítimo de la República, y por ello, algunos se exiliaron y otros fueron represaliados por la dictadura. Todos estos que permanecieron hasta el final defendiendo la legalidad de la República son los que hay que valorar desde un punto de vista ético. Hasta el último día, que supuso que unos traspasaran la frontera de Francia o el último barco de evacuación salido del puerto de Alicante hacia un exilio desconocido, u otros que fueron represaliados. Ya vale de elevar a los altares a los que se marcharon, por las razones que fueran y que han servido para el montaje de la “Tercera España”. De ejemplaridad nada.

Pasemos ahora a Ángel Viñas, fijándonos en un fragmento del artículo de 28-4-2021 publicado en Infolibre, titulado ¿Para qué sirven los historiadores? También lo ha publicado Viñas en su blog.   Ahí va:

“Me ha sorprendido que un medio madrileño (no lo dice Viñas, pero es El Mundo y el artículo es Ni Largo ni caballero de 16 de abril)  de amplia difusión haya caído en la trampa de poner en la picota a Francisco Largo Caballero a tenor de unas supuestas declaraciones a un corresponsal de la Associated Press (Edward Knoblaugh) aparecidas en un periódico en español en Nueva York. A sus divulgadores, que dicen haber trabajado años en el tema, no se les ha ocurrido consultar al respecto la biografía que escribió Julio Aróstegui (pp. 333s). Fue un fake de Knoblaugh. Pero, hete aquí que un Sr. X, ilustre historiador de la literatura (Viñas no lo cita, pero es Trapiello), abunda en tales declaraciones y dirige el 16 de abril de 2021 las siguientes palabras a sir Paul Preston y a su obra: “Si puede, y le conviene, escamoteará la verdad o la manipulará”. (Es afirmación mía, no hay historiador que se le resista) Son afirmaciones que se vuelven contra X con suma facilidad. Para edificación de sus lectores, X añade una frase que debería hacerle superfamoso: “Franco dio su golpe de Estado el 18 de julio porque Largo Caballero no pudo darlo el 17”. Primicia universal: los conspiradores “esperaban” una revolución “comunista” en agosto. X va más allá (al parecer todo está permitido) y alucina con un golpe socialista previsto para julio. Ofrece una “prueba”. Largo Caballero habría declarado un día antes (el subrayado es mío) al News Chronicle de Londres: “La solución para España, un baño de sangre”. En la tercera edición de un libro suyo ya la había formulado. Su pudor evita la auto-referencia. Sin embargo, no encajan ambas noticias con las afirmaciones y discursos durante la campaña electoral de febrero de 1936. Tampoco con la ejecutoria de Largo Caballero en el resto de la primavera cuando la conspiración monárquica, militar y fascista quemaba etapas. Se trata de una afirmación inventada, como la que apareció en la prensa neoyorkina que difícilmente haría temblar los cimientos de la Casa Blanca…”.

Más adelante Viñas desmonta y destroza todas las afirmaciones del señor X, mostrando la diferente manera de trabajar de un historiador y la de un cuentista, esa es la terminología que usa, con buen criterio.

Unas breves reflexiones finales y personales. Hay historiadores que se dejan las cejas y muchos años de trabajo en los archivos, en los archivos que les permiten acceder las administraciones. Espinosa y Viñas pueden servir de paradigma. Y frente a ellos irrumpen con prepotencia y superioridad del ámbito de la literatura, algunos como los ya citados, curiosamente en la Transición muchos de ellos militantes de la extrema izquierda y que luego han cambiado al extremo contrario,  que pontifican sobre determinados hechos de nuestra historia, y los presentan cual si fueran dogmas de fe. Tienen mucho terreno ganado, porque se les abren de par en par las puertas de grandes medios e editoriales para trasmitir su visión de la historia-no suelen tener problemas para colocar sus libros en los anaqueles del Corte Inglés  y para ser comentados por los Carlos Herrera -, más cargada de ideología, que de trabajo auténtico de investigación. Estos cuentistas, según la terminología de Viñas, no tienen inconveniente en recurrir al insulto a aquellos que cuestionan sus tesis. Deberían ser más respetuosos. Todavía más, cuando son gente que alardean de su gran formación académica. Aunque esta a veces no presupone la educación.

Tal como señala Virgilio Zapatero: «Fernando de los Ríos en un mitin en Granada en febrero de 1936 dijo: En España lo único pendiente es la revolución del respeto; el respeto no solo individual sino social porque constituye el mejor cimiento sobre el que construir la España civil”. ¡Qué idea más luminosa y más actual para todos nosotros en esta España tan crispada, a veces tan feroz y que parece condenada de nuevo a una polarización enconada! El respeto exige interés por los demás, curiosidad por las ideas y propuestas del otro y capacidad de diálogo: dialogar -decía Machado- es primero preguntar y después escuchar. Para respetar una posición, para respetarnos no tenemos que estar de acuerdo: basta con tener curiosidad, con comprender que la posición del otro refleja un punto de vista diferente, que puede tener sus razones atendibles y que esta diferencia nos ofrece la oportunidad de aprender escuchando y así avanzando en la construcción de esa utopía que es la España civil». Tomen nota egregios y conspicuos literatos, no uso cuentistas por respeto.

Obviamente es una falta de respeto emitir algunas de las palabras ya citadas: “Nuestros padres hicieron algo bien, no importa del bando que fueran: inculcar a sus hijos que cualquier cosa antes que repetir otra guerra civil. Y fueron más honestos que muchos de sus nietos…”  O sea, que tratar de desenterrar a tus abuelos, que todavía reposan en las cunetas, ¿eso es deshonestidad? Lo que es realmente deshonesto es emitir tales palabras. Pero qué país es este, qué democracia es esta,  donde todavía se considera «revanchismo» enterrar a los propios muertos o borrar del callejero nombres de asesinos notorios.

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