En un mundo multipolar, es necesario que los 27 sean capaces de generar una política exterior
En el actual panorama geoestratégico mundial en el cual la hegemonía de los Estados Unidos (EE.UU.) está siendo disputada por China, la Unión Europea (UE), debe encontrar su propio espacio. En este sentido, Carlos Alonso Zaldívar opina con acierto que la UE deberá acomodar su discurso a las nuevas realidades y decidir «hasta qué punto permanece en el área de influencia de EEUU como socio subalterno, o si va definiendo y asentando un especio de influencia propio en el nuevo contexto multipolar». Y, por ello, en materia de política exterior, tras los pasados desgarros y desprecios producidos por Donald Trump para con la tradicional entente de EEUU con sus aliados europeos, la UE debe ofrecer «respuestas propias a los problemas más graves del mundo». Así lo entendió en su momento Angela Merkel y con visión de estadista europeísta afirmaba que «la UE ya no puede depender completamente de otros, debemos tomar nuestro futuro en nuestras manos».
Por otra parte, la UE ha quedado debilitada tras el duro golpe que ha supuesto la salida de la misma de Gran Bretaña como consecuencia del Brexit, proceso al que una acertada definición alude como «una negociación para repartir daños en la que ambas partes perderán». Pero, para garantizar un futuro viable y coherente a la UE hay una serie de caminos, sobradamente conocidos y reclamados reiteradamente. En este sentido, resulta esencial adoptar medidas que relancen la convergencia económica y social de los Estados miembros y un paso en la buena dirección ha sido la puesta en marcha, desde la solidaridad comunitaria, del potente Plan de Recuperación de Europa, toda una serie de acciones y recursos para paliar los efectos devastadores causados por la pandemia del Covid-19 en cada uno de los Estados miembros. También resulta importante asegurar la viabilidad del euro a largo plazo, como elemento de estabilidad económica en la Zona Euro.
Solidaridad
Pero junto a las medidas económicas, la UE debe regirse por los valores de la solidaridad y, en estos tiempos, es más necesario que nunca, aplicar políticas viables de asilo y migración, consecuentes con los ideales en torno a los cuales se cimenta la UE y que, al mismo tiempo, frenen el auge de los movimientos xenófobos y racistas que están rebrotando en su seno. Es por ello que la UE debe de tomarse en serio estos temas, evitando lo sucedido en la crisis de refugiados de 2016 en la que, como señalaba Carlos Alonso Zaldívar, tras la cual, se «ha renacionalizado la política en el seno de la UE y reactivado la división entre países del Este y del Oeste».
Igualmente, en este mundo multipolar, resulta también necesario que la UE sea capaz de generar una política exterior, de seguridad y defensa propia, hablando con una sola voz y sin estar supeditada a los intereses geoestratégicos de los Estados Unidos. Cada vez resulta más evidente, con casos como el conflicto de Ucrania, la crisis nuclear de Irán o Corea del Norte, o la reciente y catastrófica retirada de Afganistán, que la UE no debe ser un peón bajo el área de influencia americana, sino que, dejando claro sus propios planteamientos y tomando la iniciativa, es cuando la política exterior comunitaria, empezará a definir un espacio de influencia propio en el nuevo contexto internacional multipolar. Y, ante el hecho positivo de una UE «a quien nadie teme militarmente», debe convertir esa debilidad en un potencial en la línea de ser «un centro de iniciativas dirigidas a moderar los ímpetus bélicos de las grandes potencias militares».
Aunque durante el pasado mandato de Donald Trump se socavaron los vínculos del tradicional atlantismo que había caracterizado las relaciones entre Estados Unidos y la UE, ahora parece que Joe Biden intenta reconstruir los puentes con sus aliados europeos, pese a la crisis suscitada por la reciente creación de su nueva alianza militar en el Pacífico con Australia y Reino Unido (AUKUS) que tan negativos efectos ha tenido en la UE, especialmente en el caso de Francia.
«Euroatlantismo»
Así las cosas, Tony Judt, en su libro ‘Sobre el olvidado siglo XX’, consideraba que era esencial reactivar el entente entre ambas orillas del Atlántico, de potenciar lo que él llamaba «euroatlantismo» y daba razones para ello al señalar que «Occidente debería dejar de lado sus disputas y tratar una forma de trabajar juntos por el bien común antes de que China (y después India) se convierta en una gran potencia y las pequeñas diferencias narcisistas entre Europa y Estados Unidos se vuelvan irrelevantes». En esta misma línea, Garton Ash, aludiendo a Occidente, advertía que, «en perspectiva histórica, ésta puede ser nuestra última oportunidad de fijar la agenda de la política mundial». Por su parte, como señalaba Eliseo Oliveras, el objetivo último de este euroatlantismo es «mantener la primacía económica y comercial de Occidente frente a China y evitar que la creciente influencia de Pekín pueda determinar las estándares y reglas tecnológica y comerciales futuras» dado que, en expresión de Valdis Dombrovskis, vicepresidente de la Comisión Europea, «la pugna tecnológica será el nuevo campo de batalla de la geopolítica».
La UE, pese al desgarro que supuso el Brexit y el actual desafío provocado por las derivas autoritarias de Polonia y Hungría, debe de mantenerse fiel a sus valores, recogidos en el artículo 2º del Tratado de la Unión Europea y que son: «el respeto a la dignidad humana, libertad, democracia, igualdad, Estado de Derecho y respeto de los derechos humanos, incluidos los derechos de las personas pertenecientes a minorías». Sólo así se tendrá un futuro digno la UE, y eso es lo que deseamos.
Publicado en El Periódico de Aragón el 3 de enero de 2022
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