Según Ivan Krastev y Stephen Holmes en su libro La Luz que se apaga. Cómo Occidente ganó la Guerra Fría pero perdió la paz, el pánico demográfico de Centroeuropa y Europa del Este entre 2015 y 2018 se ha desvanecido en parte, aunque no se ha limitado a esta región. ¿Por qué se planteó con tanta intensidad en Centroeuropa y Europa del Este, donde casi no llegaban inmigrantes? Hay dos razones.
La primera es la emigración. Entre 1989-2017, Letonia perdió el 27% de su población; Lituania, el 22,5%, y Bulgaria, el 21%. Antes de 1989, dos millones de alemanes del Este, un 14% se trasladó a la Alemania Occidental. De Rumanía cuando en 2007 entró en la UE, salieron 3,4 millones, la mayoría menores de 40 años. Ante este colapso demográfico, es lógica la preocupación por la inmigración, al considerar que un número no asimilable de extranjeros diluya la identidad patria y debilite la cohesión nacional.
Este miedo a que la despoblación acabe con la nación no se menciona, quizá,porque publicitar las altas tasas de emigración podría fomentar el factor llamada. El alcance de la emigración posterior a 1989 en Centroeuropa y en Europa del Este, especialmente de la población en edad de trabajar, que habría despertado el temor a la desaparición nacional, explica la desmesurada reacción de hostilidad a la crisis de los refugiados de 2015-2016 en toda la región, a pesar de que muy pocos inmigrantes llegaron allí.
Se podría especular que la política antiinmigración, en una región prácticamente sin inmigrantes, sería un ejemplo de lo que los psicólogos llaman “desplazamiento”, mecanismo de defensa para ocultar inconscientemente una amenaza inaceptable y la sustituye por otra, también grave pero más fácil de gestionar. La histeria ante unos inmigrantes inexistentes que estarían invadiendo el país sirve de sustituto a un peligro real, la despoblación y el colapso demográfico, uno que no se puede nombrar, por uno imaginario (la inmigración).
El pánico a las altas tasas de natalidad de los supuestos inmigrantes no europeos, los invasores, podría reflejar una ansiedad latente ante una tasa de natalidad nacional por debajo de la tasa de reemplazo, algo que se agrava por la emigración continuada. Puede que sea una conjetura. Pero es comprensible si consideramos que las poblaciones del Centro y la Europa del Este son las que más disminuyen del mundo. Orbán lo deja muy claro: “Para nosotros, la emigración supone rendirse… Queremos niños húngaros”. En ausencia de inmigrantes, la política pronatalista es un indicador más apropiado de las preocupaciones reales del Gobierno que el discurso antiinmigración.
El miedo no expresado al colapso demográfico, la pesadilla de un mundo en el que los idiomas ancestrales y la memoria cultural de la región desaparezcan de la historia, se agrava con la posibilidad de que haya una revolución de la automatización, que dejaría obsoletos los puestos para los que está preparada la generación actual de trabajadores. Por ello, el miedo a la diversidad y al cambio, agravado por el proyecto utópico de reconstruir sociedades enteras según el modelo occidental, contribuyen al populismo en Centroeuropa y en Europa del Este. El hecho de que la región es de sociedades pequeñas y envejecidas, pero étnicamente muy homogéneas, ayuda a explicar la súbita radicalización de los sentimientos nacionalistas.
Es natural que la alarma ante la despoblación e incluso ante la posibilidad de la desaparición étnica sea más intensa en las naciones pequeñas, lo que lleva a sus habitantes a resistirse a cualquier propuesta de reforma que menoscabe sus tradiciones únicas en nombre de unos valores presuntamente universales como los de una democracia liberal y, por lo tanto, fáciles de trasferir o de imitar. Una nación pequeña, según Milan Kundera, “es aquella cuya existencia puede verse cuestionada en cualquier momento; que puede desaparecer y lo sabe”.
Este hecho hay que tenerlo en cuenta al valorar las viscerales afirmaciones de Orbán, cuando dice que los jóvenes de África u Oriente Medio, cual, si fueran ejércitos, están derribando las puertas de Europa y amenazan con borrar del mapa a Hungría. El trauma del abandono de la región por parte de la propia población explica lo que sería un misterio, el fuerte sentido de pérdida, en países, como Hungría y Polonia, que se beneficiaron del cambio político y económico tras el comunismo. Igualmente, en toda Europa, las zonas con mayor pérdida de población últimamente tienden a votar más a la extrema derecha. Además, las políticas pronatalistas de Orbán sugieren que el cambio iliberal de Centroeuropa está muy enraizado con el éxodo que ha conocido la región, sobre todo de jóvenes y en la ansiedad demográfica que esa “expatriación del futuro” deja tras de sí.
Sin haberse producido esa invasión, los centroeuropeos y europeos del Este están expuestos por vía de la televisión sensacionalista a los problemas que sufre la Europa Occidental. La consecuencia es una reinterpretación de la división del continente en dos mitades. El primero sigue homogéneo y monoétnico, el segundo se ha vuelto heterogéneo y multiétnico, como consecuencia de lo que los políticos antiliberales consideran una política de inmigración suicida. Y para los políticos xenófobos como Orbán, Occidente está perdiendo su identidad europea, que la mantienen en cambio Centroeuropea y la Europa del Este. Esa preocupación por la cuestión demográfica ha llevado a Orbán a poner en marcha políticas pronatalistas con la concesión de créditos blandos a mujeres casadas y grandes alivios fiscales para mujeres con varios hijos.
En ese contexto cabe entender también las políticas de Orbán claramente homofóbicas, ya que ha endurecido a lo largo de su mandato la legislación contra lesbianas, gays, bisexuales y transgéneros. Su objetivo es preservar la familia cristiana y tradicional que está siendo destruida, según su visión, en Europa occidental. Ha modificado la Constitución y las leyes para blindar el matrimonio heterosexual y monógamo, reconocer el derecho de todo niño a un padre y una madre, eliminar la ideología de género del panorama público y consolidar la familia cristiana.
Deja una respuesta