El consenso cabal e impregnado de justicia social extendido por el mundo, en España se ve escorado
En una sociedad para que una clase dominante pueda alcanzar el poder y mantenerlo, debe conseguir la hegemonía cultural, concebida, no solo como dirección política, sino también moral, cultural e ideológica sobre las clases sometidas. La clase dominante se sirve de instituciones políticas, mediáticas, educativas y religiosas para «educar» a los dominados, para que interioricen su sometimiento como algo natural y conveniente, inhibiendo así cualquier potencialidad reivindicativa. Mas, ese poder monopolizado por una minoría y no repartido, si quiere estabilidad necesita gobernar también con argumentos. De ahí la necesidad de las palabras. En esta tarea son claves los intelectuales orgánicos que construyen un relato, como fundamento de la ideología dominante. En ese relato las palabras son tergiversadas y manipuladas para ocultar determinadas realidades sociales. El control del lenguaje ha sido siempre instrumento de dominación. El capitalismo de hoy en su versión neoliberal solo profundizó y extendió prácticas anteriores.
Clara Valverde en su libro No nos lo creemos. Una lectura crítica del lenguaje neoliberal, nos advierte que cuando escuchemos a políticos, periodistas e intelectuales, deberíamos hacernos siempre una pregunta: ¿Por qué quieren que yo me crea esto? Quizá al escuchar la noticia por primera vez, la manipulación no se presente clara. Debemos hacernos esa pregunta una y otra vez, y reflexionar pausadamente para ir captando las estrategias lingüísticas y la manipulación. Las noticias que nos lleguen debemos cuestionarlas. ¿Por qué usan esas palabras?, ¿qué quieren decir realmente?, ¿qué estrategia lingüística están utilizando?, ¿qué otra parte de la noticia nos están ocultando?, ¿por qué nos dan esta noticia y no otras?
Mas, la sociedad neoliberal está organizada para que la gente no piense ni se haga preguntas. Nuestro ocio lo llena la televisión, redes sociales, fútbol y consumismo. Por ello, es un acto revolucionario no asumir la información pasivamente y dedicar tiempo a reflexionar; y el apagar la televisión y el ordenador para pensar. Tener un tiempo de tranquilidad para pensar. ¿Qué pienso yo de esto?, en vez de ¿qué piensan los demás de esto? Antes del necesario diálogo con otros sobre la situación política, social y económica, conviene reflexionar individualmente. Si no lo hacemos, adoptamos y decimos lo que piensan los demás, sin haber desarrollado nuestras propias ideas. En definitiva, el escuchar, reflexionar, analizar y desarrollar nuestras ideas propias, hoy se ha convertido en urgente. Si no lo hacemos seguiremos hundidos en este infierno neoliberal.
Un ejemplo de manipulación del lenguaje lo observamos hoy en España. Se ha impuesto en nuestra sociedad a través de los medios y de sectores de la política el calificar al gobierno de coalición de socialcomunista, al existir dentro de él la extrema izquierda. El objetivo es claro. Si Sánchez pacta con la extrema izquierda, ¿por qué no puede pactar el PP con la extrema derecha? Aclaremos un poco las ideas.
Poco ha, a un amigo que abusaba del término de «extrema izquierda», le insté a que me explicara su significado. Se quedó un poco descolocado y meditabundo. Le volví a insistir, seguía silente. Tomé de nuevo la iniciativa. Le insistí: ¿Es que va a tomar el Palacio Real, como se hizo con el Palacio de Invierno en la Revolución Rusa, tras el disparo del crucero Aurora? ¿Va a implantar la dictadura del proletariado? ¿También los soviets? ¿Va a nacionalizar la banca, los transportes, la industria…? Siguió perplejo y silente. Tras mucho esfuerzo, al fin me dijo que la extrema izquierda traería las colas de alimentos y medicinas, como en Venezuela, Corea del Norte y Cuba. Ante una argumentación de tanto calado ideológico, claudique: «me has convencido».
Ese partido de extrema izquierda programáticamente podría ubicarse dentro de la más estricta socialdemocracia. Dejando el ruido supone una propuesta de liberalismo republicano –en lo político– que defiende las propuestas neokeynesianas –en lo económico– que la socialdemocracia abandonó para fundar el socialismo de la Tercera Vía de Tony Blair, abrazando los dogmas del neoliberalismo con la fe sobreactuada de los conversos. Y, junto a este keynesianismo, unas políticas de recuperación y ampliación de derechos sexuales, la libertad de expresión, la participación política… Liberalismo pues. Este artefacto liberal y keynesiano es para muchos la extrema izquierda; la cual legisla los alquileres como hace la derecha civilizada en Alemania, Austria, Suecia, Irlanda o Francia y defiende invertir en políticas de protección social como el «ingreso mínimo vital» o subida del «salario mínimo interprofesional», sufragadas con una reforma impositiva que bascule la carga fiscal sobre las grandes fortunas y grandes corporaciones, como hace Biden en los Estados Unidos. Lo que en España se ha decidido etiquetar como «extrema izquierda», en el resto del planeta se considera sentido común, como son estas nuevas dinámicas de recambio tras el cataclismo financiero de 2008 que pulverizó el prestigio de la utopía neoliberal y que con la pandemia son más necesarias. Es decir, que el nuevo consenso cabal e impregnado de justicia social extendido por todo el mundo occidental, en nuestra querida España, está ubicado en el extremo izquierdo de nuestras ofertas políticas. España es excepcional.
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