El pasado 23 de marzo de 2022 fallecía la destacada política norteamericana Madeleine Albright. Nacida en Praga, en el seno de una familia judía (su nombre originario era Marie Jana Korbelová), la cual tuvo que huir de su Checoslovaquia natal cuando su país fue invadido por los nazis el 15 de marzo de 1939. Tras un periplo por Hungría, Yugoslavia y Grecia, se estableció, junto a su familia en Londres, en concreto, en el barrio de Notting Hill. Eran los años de la II Guerra Mundial y, en sus recuerdos de infancia, siempre estuvieron presentes los bombardeos lanzados por la Luftwaffe alemana sobre la capital británica en donde su padre, Josef Körbel, trabajaba en la radio al servicio del Gobierno Checo en el exilio.
Durante el Holocausto, la parte de su familia que quedó en Checoslovaquia, fue víctima de la barbarie nazi, cobrándose la vida de tres de sus abuelos, así como la de “muchos de nuestros tíos, tías y primos”, tal y como ella recordaría más tarde. Con especial emoción aludía al asesinato de su abuela materna Ruzena Speiglova.
Concluida la Guerra Mundial con la derrota de las potencias fascistas, regresó a Checoslovaquia en 1945, pero, tras la llegada al poder de los comunistas estalinistas y el asesinato del ministro Jan Masaryk, su familia se exilió de nuevo, esta vez en Estados Unidos (1949), donde residiría a partir de entonces y cuya ciudadanía adquirió.
Su brillante carrera intelectual, iniciada en la Universidad de Columbia, donde se doctoró en 1975 con una tesis sobre “La Primavera de Praga”, continuaría con su trayectoria política en las filas del Partido Demócrata en la cual, ostentó, durante más de 30 años, la vicepresidencia del Instituto Nacional Demócrata para Asuntos Internacionales (NDI). Su amplio conocimiento sobre la política internacional la convertiría en la primera mujer que ocupó la Secretaría de Estado norteamericana entre 1997-2001 bajo la presidencia de Bill Clinton.
Especialmente revelador fue su libro Fascismo. Una advertencia(2018), escrito junto a Bill Woodward, en el cual alertaba a las sociedades democráticas sobre los riesgos del totalitarismo, fuera este de signo fascista o estalinista. En el mismo, y haciendo mención al título, provocador y alarmante a un tiempo de su libro, decía,
“Algunas personas consideran alarmista este libro y hasta su subtítulo. Bien, puede que sea así, pero lo que no podemos es no ser conscientes del asalto a los valores democráticos que se está produciendo en muchos países del mundo y que está dividiendo también a Estados Unidos.
Ante el futuro, hay que evitar la tentación de “cerrar los ojos”, pues se trata de una advertencia que no nos atrevemos a pasar por alto”.
Ahora que martillean nuestras retinas y nuestras conciencias, la crueldad y el ensañamiento de la invasión rusa de Ucrania propiciada por el delirio belicista de Vladimir Putin, recordemos lo que sobre el autócrata de Moscú, nieto del cocinero de Stalin, decía Albright en dicho libro y al que definía como “bajo, cetrino y tan frío que casi parece un reptil”.
Albright destacaba la deriva autoritaria de Putin desde su acceso a la presidencia de la Federación Rusa en el año 2000. De hecho, aludía a cómo se ha escudado en la debacle sufrido en los años posteriores a la desaparición de la URSS, “para desacreditar las instituciones democráticas” y, por ello, no duda en afirmar que “Putin no es un fascista en toda regla porque no le hace ninguna falta”. Y es que, su poder se sustenta en un sistema político viciado, con un simulacro de partidos de oposición, unas elecciones más que cuestionables en su transparencia, unos medios de comunicación controlados por el Kremlin y una sociedad civil que, “cuando no está domesticada, se la descalifica diciendo que es una marioneta manejada por extranjeros”, acusación que se lanza contra cualquier disidente político con la autocracia de Putin, como recientemente hemos podido comprobar en el caso de Alekséi Navalny. De este modo, la acumulación de poder de Putin, la ha ido logrando a base de retirárselo a los gobernadores provinciales, a la Asamblea Legislativa (Duma), a los tribunales de justicia, al sector privado y a la prensa: así ha ido construyendo lo que él denomina “el Estado Vertical”, cuyo rostro más agresivo y amenazante ha evidenciado en la criminal agresión a un estado soberano cual es Ucrania.
Valgan estas reflexiones sobre la amenaza que supone Putin, al que el disidente Vladimir Kará Murzá define como “el estalinista posmoderno”, para la paz y las relaciones internacionales, tal y como ya intuyó Madeleine Albright, para recordar la memoria de la política norteamericana recientemente fallecida que nos alertó de la amenaza de los fascismos, de todo signo, que ensombrecen nuestro futuro, advertencia que cada vez resulta más premonitoria.
José Ramón Villanueva Herrero
(publicado en: El Periódico de Aragón, 11 de abril de 2022)
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