La historia nos enseña que las democracias mueren por medio de golpes militares. Durante la Guerra Fría las de Chile, Argentina, Brasil, Ghana, Grecia, Guatemala, Nigeria, Pakistán, Perú, Tailandia, Turquía y Uruguay así terminaron. En tiempos más cercanos la del presidente egipcio Morsi en 2013. Y también la democracia de la II República en España.
Mas, hay otros modos para derribar una democracia, menos cruentos, pero igual de expeditivos. Pueden morir a manos de líderes electos, que subvierten el proceso mismo que les llevó al poder. Algunos lo hicieron de una vez, como Hitler al incendiar el Reichstag en 1933. Pero, lo más frecuente, es que las democracias se deterioren lentamente. Con un golpe de Estado clásico, como en el Chile de Pinochet, la muerte de la democracia es inmediata y visible. El presidente asesinado y la constitución suspendida. Por la vía electoral no ocurre nada de esto. No hay tanques en las calles. La constitución e instituciones democráticas siguen vigentes. La población sigue votando. Mas, los autócratas electos, como Trump, Erdogan, Orban, Putin mantienen en apariencia la democracia, pero la van eviscerando. Muchas de las medidas que pervierten la democracia son «legales», al ser aprobadas por el poder legislativo y los tribunales. Incluso, las presentan para mejorar la democracia, asegurar la independencia del poder judicial, combatir la corrupción o perfeccionar las elecciones. La prensa sigue publicando, pero está comprada o presionada se autocensura. Los ciudadanos critican al gobierno. La población no se apercibe de lo que ocurre y cree disfrutar de democracia. Como no hay un hecho puntual, ni un golpe ni una ley marcial en el que el régimen cruce las líneas rojas para convertirse en dictadura, no aparecen las alarmas entre la población. Quienes advierten los abusos son alarmistas. Para la gran mayoría el deterioro de la democracia es imperceptible.
Ante este peligro, las democracias deben establecer mecanismos para evitar la llegada al poder de personas autoritarias-totalitarias-, que puedan destruir la democracia. Es importante la reacción de los medios y de la sociedad, pero la respuesta más importante debe surgir de las élites políticas y, sobre todo, de los partidos políticos para que actúen de filtro. En definitiva, los partidos políticos son o deben ser los guardianes de la democracia. Pero no es fácil reconocer a esos políticos autoritarios, porque estos camuflan sus intenciones y se presentan como perfectos demócratas. Viktor Orban se inició como demócrata liberal y en su primer mandato entre 1998-2002 gobernó democráticamente. Su cambio autocrático fue por sorpresa en el 2010.
¿Cómo identificar a los políticos autoritarios? Steven Levitsky y Daniel Ziblatt en su libro Cómo mueren las democracias, tomando como referencia el libro de Juan Linz, publicado en 1978, La quiebra de las democracias, han establecido cuatro señales de aviso de comportamientos para identificar a una persona autoritaria. 1) Rechazo o débil aceptación, con palabras o acciones, de las reglas del juego democrático. (Suspender la Constitución, prohibir algunos partidos políticos, restringir los derechos políticos o civiles…) 2) Rechazo de la legitimidad de sus oponentes. (Calificarlos como subversivos o una amenaza para la democracia, y por ello negarles su participación política…) 3) Tolerancia o fomento de la violencia. (Tener lazos con bandas armadas, apoyar la violencia de sus partidarios, elogiar actos violentos, tanto pasados, como ocurridos en otros lugares…) 4) Predisposición a restringir las libertades civiles de la oposición, incluidos los medios de comunicación. (Apoyar leyes para limitar el derecho de manifestación, críticas al Gobierno o elogiar medidas represivas de otros gobiernos…) Un político que cumpliera uno de estos criterios es todo un síntoma de preocupación.
Mas, mantener a los políticos autoritarios al margen del poder es más fácil decirlo que hacerlo. Las democracias no ilegalizan partidos ni candidatos. La responsabilidad de cribado es obra de los partidos políticos y sus líderes democráticos. Ese distanciamiento pueden hacerlo de diferentes maneras. Mantener a los líderes en potencia autoritarios fuera de las listas electorales, aunque esto les suponga pérdida de votos. Escardar de raíz a los extremistas que están en sus filas. Eludir toda alianza con partidos y candidatos antidemocráticos, ya que en ocasiones los partidos democráticos se sienten tentados de alinearse con extremistas de su flanco ideológico para ganar votos o formar gobiernos. Un inciso, hoy esta situación de alineamiento con partidos extremistas ya se ha producido en España. Sobre ella hablaré más adelante. A su vez los partidos y líderes democráticos deben adoptar medidas para aislar sistemáticamente a los extremistas, en lugar de legitimarlos. En los años 30 los políticos conservadores alemanes participando en mítines conjuntos con Hitler, lo legitimaron. En España cabe recordar la foto de la Plaza de Colón. Por último, cuando los extremistas se presentan como serios contrincantes electorales, los partidos democráticos deben hacer un frente común para derrotarlos, aparcar sus diferencias ideológicas y así salvar la democracia. En circunstancias excepcionales los líderes políticos de verdad ponen la democracia y al país por delante de sus partidos. Como aconteció en Bélgica y Finlandia en los años 20 y 30, donde sus líderes políticos se unieron y salvaron la democracia, al menos hasta la invasión nazi.
He comentado que salvaguardar a la democracia es labor de los partidos y líderes democráticos, y entre otras medidas eludir cualquier alianza o cualquier apoyo con partidos y candidatos claramente antidemocráticos. Y un partido es antidemocrático si legitima, justifica y añora con auténtico fervor una dictadura. Es lo que hace VOX. Y lamentablemente vemos cómo PP y Cs han llegado al poder en instituciones autonómicas y municipales gracias a los apoyos de VOX. Al principio daba la impresión que el PP y Cs tenían cierta cautela en dar este paso. Puede servir de ejemplo de tal actitud la del alcalde Zaragoza, Jorge Azcón del PP. En los días de negociaciones para configurar el ayuntamiento zaragozano en junio de 2019 escribí un artículo en El Periódico de Aragón titulado “Ese partido que ustedes mencionan”:
“El PP llamó a los medios para dejar constancia de esa primera reunión con su futuro grupo municipal, en la que impulsaba ese «proyecto basado en el centroderecha, en la mayoría que salió de las urnas. Azcón hasta en veintiuna ocasiones se refirió así a una mayoría en la que entraría Vox, para él «ese partido que ustedes mencionan», respondía, o al que «la izquierda le gusta poner etiquetas», que a él no le gustan. Ni una sola vez dijo su nombre ni reconoció que sea la extrema derecha como hizo su propio líder nacional, Pablo Casado”. ¿Por qué quien se postula para alcalde de mi ciudad no se atreve a nombrar a un partido sin cuyos votos no puede alcanzar la alcaldía? ¿Se le ha olvidado el nombre o hay alguna razón inconfesable? Ni que decir tiene que Jorge Azcón alcanzó la vara de alcalde y gobierna ufano y feliz gracias a ese partido que ustedes mencionan. El artículo terminaba: “Para algunos la consecución del poder legitima todo. Como dijo el conde Romanones: «Se necesitaría un libro para recordar las bajezas que he visto cometer para lograr una vara de alcalde, y no digamos una cartera de ministro».
Mas la salvaguarda de la democracia, no es solo labor de los partidos y los líderes democráticos. El papel de los medios de comunicación también es muy importante para salvar a la democracia. Deben marginar a los partidos antidemocráticos. Se hace en Alemania a nivel mediático con AfD, al que no invitan a tertulias por el uso continuo de la mentira y de los insultos. En España todo lo contrario. En estos últimos tiempos numerosos medios escritos y audiovisuales han blanqueado, normalizado y ensalzado determinados mensajes de líderes de VOX. He visto algunas entrevistas, que pueden ser paradigmáticas, en Tele5 por parte de Ana Rosa Quintana y en Antena3 a Pablo Motos, entre otras, en las que se les reían las gracias a tales líderes. Ya no hablemos de algunos medios como la Cope de Carlos Herrera o La Razón de Marhuenda.
Pero, además de los partidos y líderes democráticos, y los medios de comunicación para salvar nuestra democracia, es fundamental el papel de una sociedad concienciada sobre la esencia de la democracia. No obstante, ser demócrata y actuar democráticamente es complicado. No se nace demócrata. Tampoco se hace uno demócrata de una vez y para toda la vida. No es algo natural y espontáneo. Tampoco lo son las sociedades. Una sociedad democrática es el resultado de un largo esfuerzo individual y colectivo. La democracia se construye cada día y debe mantenerse siempre vigilante para asegurar su buen funcionamiento. La democracia hay que cultivarla y mimarla, para hacerla cada vez mejor. Hay que socializarla en la familia, la escuela, la sociedad, la política, los medios de comunicación… ¿Los españoles conocemos el sentido y los valores de la democracia? ¿Nuestras acciones en la sociedad, la escuela, el trabajo y la familia están regidas por sus valores? Intuyo que no. Quizá sea por nuestra idiosincrasia, como decía Azaña: «El enemigo de un español es siempre otro español. Al español le gusta tener la libertad de decir y pensar lo que se le antoja, pero tolera difícilmente que otro español goce de la misma libertad, y piense y diga lo contrario de lo que él opinaba”. O quizá, porque la democracia ha sido excepcional en nuestra historia. Y tal hecho deja huella. Santiago Alba Rico para explicar las secuelas culturales del franquismo ha recurrido al historiador tunecino Ibn Khaldun, muerto en 1406, el cual en se preguntó: ¿por qué Dios hizo vagar 40 años a los hebreos por el desierto? Khaldun contestó que fueron necesarios 40 años, toda una generación, para borrar el recuerdo de la esclavitud. En el caso de España fueron necesarios 40 años de Franco para olvidar el recuerdo de la libertad. España entró en la UE y se sumergió en el consumismo con muy poca memoria, y 40 años después de la muerte del dictador, no conserva ninguna raíz con el pasado. Por ende, un país sin memoria es un país a merced del viento, en el que puede ocurrir cualquier cosa, lo cual es gravísimo a la hora de construir una democracia plena.
Si después del espectáculo que vimos recientemente en un debate de la Cadena Ser, la sociedad no reacciona, es que la situación de nuestra democracia está muy deteriorada. Pensaba que no eran posibles determinados comportamientos en la España de 2021, que nos remiten y recuerdan un pasado tenebroso. Y lo que me apena profundamente es que no pocos ciudadanos no solo justifican, sino que van a legitimar tales comportamientos con sus votos.
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