SOS DEL CENTRO ARAGONÉS DE BARCELONA

 

Desde siempre, Aragón ha tenido una especial vinculación histórica y emocional con Cataluña. De este modo, a principios del s. XX la emigración aragonesa hacia Barcelona convirtió a la capital catalana en “la segunda ciudad de Aragón después de Zaragoza”, dado que en ella residían, aproximadamente, 50.000 aragoneses, cifra que, en el conjunto de Cataluña, se elevaría a la de 120.000 paisanos nuestros que allí recalaron buscando unas oportunidades laborales que su Aragón natal no les ofrecía.

En aquella Barcelona de principios del s. XX, con un floreciente desarrollo económico no exento de conflictos sociales y una intensa actividad cultural alentada por el Modernismo y las nuevas vanguardias artísticas, desde Gaudí a Rusiñol, desde un joven Picasso al maellano Pablo Gargallo, un grupo de aragoneses decidió fundar, como nexo de unión de todos ellos, el Centro Aragonés de Barcelona. Era el 3 de enero de 1909 y su éxito fue inmediato pues, a finales de dicho año, el Centro contaba ya con 1.300 socios.

El Centro Aragonés, que ya ha cumplido la meritoria edad de 111 años, tiene su sede en un espléndido edificio, un “suntuoso caserón”, como señalaba Antón Castro en su obra Cien años del Centro Aragonés de Barcelona publicada en 2009 con motivo de la celebración del centenario de dicha entidad. El citado edificio, de clara inspiración en la arquitectura renacentista aragonesa, fue obra del prestigioso arquitecto Miguel Ángel Navarro (1883-1956), hijo del también arquitecto Félix Navarro Pérez, éste último autor, entre otras obras, del Mercado Central de Zaragoza. Emotivo y multitudinario resultó el acto del 31 de mayo de 1914, fecha en la cual se colocó la primera piedra del edificio del Centro Aragonés, o mejor dicho, de las tres primeras piedras del mismo, puesto que, con un simbolismo especial, se pretendió edificarlo sobre sólidos cimientos y, por ello, se coloraron tres sillares traídos expresamente, uno de cada provincia aragonesa: el del Zaragoza, procedía de la muralla romana junto al Convento del Santo Sepulcro; el de Huesca, de la vieja muralla en la Ronda de Montearagón y el de Teruel fue traído del Torreón de la Andaquilla de la ciudad de los Amantes. Las obras concluyeron el 7 de septiembre de 1916, fecha en la que el magnífico edificio abrió sus puertas como principal punto de encuentro de la emigración aragonesa en la capital catalana. En la actualidad, tan imponente y centenario edificio tiene la catalogación de Bien de Interés Local, cuando lo deseable sería que lograse la de Bien de Interés Cultural, que sobradamente merece.

Durante el primer tercio del s. XX el Centro Aragonés fue foco de las polémicas en la agitada sociedad en que estaba inmerso. En su seno, como señalaba el historiador Carlos Serrano, “empezaron a germinar otros ideales, más sociales, más populares, o menos elitistas si se quiere”, las cuales darían lugar a la fundación del Centro Obrero de Barcelona en marzo de 1914. La pugna entre ambos centros se hizo patente, de forma especial, durante el período de la Segunda República, fechas en las cuales, mientras el más conservador Centro Aragonés se redujo a 700 socios, el Centro Obrero contaba con más de 3.000 miembros. Finalmente, después de llevar vidas paralelas, la ansiada unión entre ambos centros surgidos de la emigración aragonesa en Barcelona se logró en 1998, ahora ya con la denominación de Casa de Aragón.

Por otra parte, hay que destacar también que en el Centro Aragonés empezó a surgir un aragonesismo nuevo y, de este modo, bajo el impulso de Gaspar Torrente y de la revista El Ebro, surgió en 1917 la Unión Regionalista Aragonesa (URA), que más tarde pasaría a denominarse Unión Aragonesista, el primer grupo político en enarbolar la bandera del nacionalismo aragonés contemporáneo.

El Centro Aragonés ha sido, desde siempre un intenso foco de actividad cultural. Especialmente destacable en este sentido fue el que en la planta baja del edificio se instalase el Teatro Goya, obra también de Miguel Ángel Navarro, “precioso en sus líneas, alegre y cómodo en todos los departamentos”, tal y como se dijo en su apertura, el cual contaba con una capacidad para 1.000 personas. De la actividad escénica del Teatro Goya podemos señalar que en 1917 programó la obra Campo de Armiño de Jacinto Benavente, que en 1925 actuó un todavía desconocido Carlos Gardel, que en él la turiasonense Raquel Meller presentó la película Ronda de Noche o que Margarita Xirgú estrenó en 1931 La corona, obra del eminente político republicano Manuel Azaña, el cual visitó el Centro Aragonés coincidiendo con el estreno de dicha función.

En el año 1935 el Teatro Goya fue objeto de una importante remodelación y, tras los avatares de la Guerra de España de 1936-1939, en que el edificio fue incautado por el Sindicato Único de Espectáculos Públicos de la CNT, y el inicio de la dictadura franquista posterior, se arrendó en 1945 al empresario Enrique Marcé el cual, a cambio, financiaba las obras de remodelación y de reforma del edificio, como las llevadas a cabo en 1957. Posteriormente, y después de diversos avatares, la gestión del mismo correría a cargo del Grupo Focus, con quien existe un contrato de arrendamiento por 25 años, siendo nuevamente reformado con ayudas del Gobierno de España y del de Aragón, de las instituciones catalanas (Generalitat, Ayuntamiento y Diputación de Barcelona) y de Ibercaja.

Además del Teatro Goya, resulta igualmente destacable la actividad cultural desarrollada por su Sala Goya, por la cual han pasado destacadas figuras de la intelectualidad y en ella, como filial de la Institución Fernando el Católico desde 1957, se han ofrecido múltiples y diversas conferencias, ciclos de cine, festivales de música, exposiciones de todo tipo, etc.

En 2009, en los momentos previos al inicio del procés independentista de Cataluña, el Centro Aragonés celebró su primer centenario. Con tal motivo, se publicó el libro de Antón Castro antes citado, coeditado por el Centro Aragonés y el Gobierno de Aragón y en el que se glosaba la tan dilatada como importante labor llevada a cabo por éste, tanto en el ámbito de la emigración aragonesa como, también, en el conjunto de la sociedad catalana.

Pero este venerable edificio, buque insignia de la emigración aragonesa, que navega en medio de un mar de incertidumbres, necesita en la actualidad el apoyo de las instituciones aragonesas. Ya lo tuvo en el momento de su inauguración en que contó con una ayuda económica del Ayuntamiento de Zaragoza de 8.000 pesetas de aquella época (de 1916),  aportación que se mantuvo durante los 8 años siguientes, al igual que las recibió del Gobierno de Aragón o de la Obra Social y Cultural de Ibercaja con motivo de su primer centenario o mediante las convocatorias anuales de ayudas a las Casas de Aragón, todo lo cual permitió la rehabilitación del Teatro Goya, la reforma de su valiosa biblioteca (que alberga más de 14.000 libros) o diversas obras de mejora del edificio. Este apoyo institucional sigue siendo, en la actualidad, tan urgente como necesario pues resulta preciso la reforma integral de las cubiertas del centenario edificio y como forma de evitar que la rapiña de la especulación inmobiliaria ponga en un futuro sus ojos (o sus garras) sobre él poniendo fin a toda una travesía más que centenaria de historia, cultura y convivencia aragonesa en Barcelona. Es por ello que, ahora y en lo sucesivo, el Centro Aragonés de Barcelona-Casa de Aragón debe seguir siendo el principal referente de Aragón en el exterior, en la querida tierra de Cataluña, integrado plenamente en la sociedad catalana, siendo por todo ello un espacio de cultura, de sueños compartidos y de proyección de futuro que, esperemos, lo sea por muchos años.

En la actualidad, el Centro requiere de cuantiosas inversiones, entre ellas, y de forma prioritaria, la reparación de su cubierta, la supresión de sus goteras o la reparación de su cornisa externa, reformas que resultan imposibles de acometer con el presupuesto de dicha entidad (procedente de las cuotas de sus 850 socios, del arrendamiento tanto del Teatro Goya como del Café restaurante y de las salas) y así como de las esporádicas ayudas procedentes del Gobierno de Aragón o de diversas instituciones catalanas (Ayuntamiento y  Diputación de Barcelona y de la Generalitat). Por esta razón, el camino para garantizar el legado y también el futuro de tan emblemática entidad pasa, como propone su Junta Directiva, presidida por el alcorisano Jesús Félez Bono, por trasladar a las instituciones aragonesas y a la sociedad aragonesa en su conjunto, no sólo su importancia histórica, a la cual ya nos hemos referido, sino idear los medios adecuados para garantizar su futuro, dando sentido y utilidad a la misma. Y, en este sentido, la opción más idónea sería que el Centro Aragonés de Barcelona – Casa de Aragón,  pasase a ser patrimonio del Gobierno de Aragón, al cual se le cedería la propiedad del histórico edificio y, de este modo, se garantizaría su pervivencia y convirtiéndolo, al igual que ocurre con el Centro Blanquerna de la Generalitat de Catalunya en Madrid, en un potente foco de proyección exterior cultural de Aragón, dándole usos diversos, desde punto de encuentro para empresarios y proyectos de promoción turística o gastronómica relacionados con Aragón, todo ello siendo conscientes de que, de este modo, se reforzaría y garantizaría su presencia, más que centenaria, tan necesaria como honrosa, en la sociedad barcelonesa a la que tantos vínculos le unen. Por todo ello, el Centro Aragonés de Barcelona – Casa de Aragón bien merece una apuesta decidida del Gobierno de Aragón para que la firmeza de los tres sillares que sustentan sus cimientos, sea, además de simbólica, efectiva.

 

Villanueva Herrero José Ramón

(publicado en: El Periódico de Aragón, 7 diciembre 2020)

 

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