LA MANIFESTACIÓN OBRERA DEL 1º DE MAYO DE 1890 EN ZARAGOZA

 

En julio de 1889, coincidiendo con el centenario de la Revolución Francesa, tuvo lugar en París un Congreso obrero del que surgió una nueva Internacional Socialista y en el cual se acordó declarar el 1º de Mayo como la fecha en la cual realizar una manifestación en todos los países destinada a afirmar la acción política y la unidad de la clase obrera. De este modo, el texto del acuerdo indicaba que “Será organizada una gran manifestación de manera que en todos los países y en todas las villas a la vez, el mismo día convenido, los trabajadores emplacen a los poderes públicos ante la obligación de reducir legalmente a 8 horas la jornada de trabajo y de aplicar las demás resoluciones del Congreso Internacional de París”. Entre estas últimas reivindicaciones, además de la citada reducción de la jornada laboral a 8 horas, se reclamaba la prohibición del trabajo a los niños menores de 14 años, la reducción de la jornada a 6 horas para los jóvenes de ambos sexos de 14 a 18 años, la prohibición del trabajo de la mujer en todas las industrias que afecten a su organismo, la supresión tanto del trabajo a destajo por subasta como del pago en especies, así como la exigencia de un descanso ininterrumpido de 36 horas semanales por lo menos para todos los trabajadores.

De este modo, la primera vez que dicha manifestación obrera internacionalista tuvo lugar, en numerosos países, también en España y, por supuesto en Aragón, fue el 1º de Mayo de 1890. Por lo que al caso aragonés respecta, este acto de reafirmación y reivindicación de la clase obrera, coincide con un telón de fondo caracterizado por una difícil situación de la clase obrera, especialmente en Huesca y Teruel, así como con altas cotas de desempleo en Zaragoza, unido al incremento constante de los precios de los artículos de primera necesidad, todo lo cual generó un profundo malestar social. A ello había que añadir unas precarias condiciones laborales, con jornadas de sol a sol, con la explotación del trabajo infantil, con la total desprotección de la clase obrera, carente de prestaciones por enfermedad, accidente o desempleo y con unos salarios de miseria.

En los días previos a la manifestación en Zaragoza, la prensa local manifestó su recelo, cuando no su abierto rechazo a la convocatoria de la misma. Así, el conservador Diario de Zaragoza, el 27 de abril de 1890 dejaba patente su preocupación por la posible alteración del orden público, confiando en que las autoridades tomasen las medidas oportunas para “garantizar la seguridad de los amigos del orden y el sosiego público”. Por su parte, el liberal Alianza Aragonesa, pretendió desmovilizar a los obreros al intentar convencerlos de que abandonasen a los que denominaba como “apóstoles de las bienandanzas”, por lo que confiaba en un fracaso de la manifestación por falta de preparación de la clase obrera al señalar, el 23 de abril que “Ni aquí ha arraigado el Socialismo ni en Aragón es posible que tome carta de naturaleza”. Más imparcial fue la posición del periódico republicano La Derecha el cual se hizo eco de la propaganda del gremio de sombrerería a favor de que los obreros zaragozanos se adhiriesen a la propuesta del Congreso de París. Finalmente, el independiente Diario de Avisos, frente a los recelos de los sectores derechistas locales, tenía un alto concepto del obrero aragonés y el carácter pacífico de sus acciones puesto que, como publicó el 28 de abril, “Es erróneo presumir que el socialismo traduce en desastre en Aragón. Este país, generador de sentimientos de libertad, guardador eterno del derecho y los principios de justicia […] Aquí se siente con nobleza, se habla con lealtad y se obra con cordura. Por eso nada hay que temer”.

Si esta era la visión reflejada en la prensa zaragozana, las autoridades locales también tenían sus recelos ante la convocatoria de la manifestación obrera. De hecho, el gobernador civil, Pedro A. Herrero, tras una inicial negativa, autorizó finalmente una asamblea prevista para el 29 de abril, la cual tenía por objeto “tratar lo más conveniente a los intereses de la clase [obrera] en relación a las manifestaciones proyectadas en otras naciones” (La Derecha, 28 abril 1890).

La referida asamblea tuvo lugar en un abarrotado Teatro Novedades con más de un millar de asistentes y estuvo presidida por el obrero Mariano Villanova actuado como secretario el labrador José López. En la misma se dejó claro que “Aquí no venimos a dar mueras o vivas que para nada sirven, sino a tratar de un asunto que preocupa a la clase obrera de todo el mundo” y, por ello, los convocados se hicieron eco de los acuerdos de París que recogían las aspiraciones básicas del proletariado en torno al establecimiento de una legislación protectora y eficaz de sus actividades laborales. Consecuentemente, se decidió por aclamación unánime la adhesión al programa de París y la celebración de una “manifestación obrera, pacífica y solidaria”, aunque se generó el debate de sobre si hacerla el 4 de mayo, que era domingo, para que los obreros no perdieran sus jornales o que ésta tuviera lugar el jueves 1º de mayo como estaba convocada por la Internacional Obrera Socialista.

Desde el primer momento, la prevista manifestación obrera contó con la oposición de la burguesía local, incapaz de ofrecer soluciones efectivas a la cuestión social. Tal es así que Matías Pastor, principal dirigente y fundador del PSOE y la UGT en la ciudad de Zaragoza, denunció la actitud amenazadora de los patronos indicando que, “Si la tiranía patronal exige a ciertos trabajadores la no asistencia a la manifestación, deben ir a ella, sin embargo, confiados en que sus compañeros colectarán para que nada falta a quienes se hallen en tal caso” (Diario de Avisos, 30 abril 1890). En cambio, también es cierto que otros patronos fueron más prudentes y dieron permiso a sus obreros para acudir a ella.

Finalmente, la manifestación tuvo lugar en la tarde de aquel 1º de mayo de 1890 una vez fue autorizada por el gobernador civil “a condición de que sea disuelta a las siete de la tarde y no se interrumpa el tránsito por las calles”. No obstante, las autoridades tomaron medidas tales como concentrar en la capital aragonesa a las fuerzas de la Guardia Civil existentes en la provincia (a excepción de las existentes en Calatayud y Tarazona), acuartelar a las tropas de la guarnición, o proceder a dar “protección especial” de las principales entidades bancarias y diversas instalaciones como fue el caso de la fábrica de gas, así como la vigilancia de la zona de las afueras de las puertas de la ciudad que, por aquel entonces, todavía se conservaban.

Por otro lado, mientras grupos de obreros recorrían la ciudad desde la mañana invitando a los obreros “a que dejasen sus ocupaciones”, se cerraban tiendas y mercados y se acaparaban víveres, temiendo desórdenes, por lo cual “la ciudad adquirió, horas antes de la manifestación un aspecto especial” (Diario de Avisos, 1 mayo 1890). Mientras tanto, el Ayuntamiento zaragozano se constituyó, a las 4 de la tarde, en sesión extraordinaria y permanente y el Ejército ocupó las principales plazas de la ciudad (San Pablo, Magdalena, Salamero, San Felipe, del Reino, Pilar y San Lorenzo). Como siempre, las clases dominantes reducían la cuestión social y las demandas laborales a una simple cuestión de orden público.

Con este ambiente como telón de fondo, la manifestación se inició finalmente, siguiendo el itinerario previsto desde la Plaza de la Glorieta (actual Plaza de Aragón), Teatro Pignatelli, plaza de la Constitución, hasta llegar al Gobierno Civil. Allí, los delegados obreros (Mariano Villanova, Antonio Alberto, Simón Martín e Ignacio Martínez) entregaron una Exposición al gobernador civil para que la hiciese llegar al Presidente del Congreso de Ministros, “en la cual solicitaban la aplicación de las conclusiones aprobadas por el Congreso de París”. Y hecho esto, la manifestación se disolvió pacíficamente.

No obstante, según señala Sergio Martínez Gil, tras la celebración de este 1º de mayo de 1890 en Zaragoza, parece ser que hubo un paro de 4 días en casi todas las industrias locales como protesta por el despido de varios trabajadores que, por haberse sumado a la manifestación, no habían acudido a su puesto el 1º de mayo, “siendo la capital aragonesa la única ciudad de España donde la huelga estuvo generalizada”.

Esta fue la primera y única manifestación obrera que tuvo lugar en Aragón aquel 1º de mayo de 1890 ya que no las hubo ni en Teruel ni en Huesca, ni tampoco en Calatayud y Tarazona, pese a que en un principio hubo intentos para llevarlas a cabo. A pesar de tan incipiente principio, el valor histórico y reivindicativo de la fecha del 1º de Mayo sigue teniendo la misma razón de ser, significado y valor para las demandas del movimiento obrero organizado, tanto en aquel lejano origen en el s. XIX como ahora, en nuestro tiempo tan cambiante, convulso y globalizado que se adentra en este incierto siglo XXI.

 

Villanueva Herrero José Ramón

(publicado en El Periódico de Aragón, 1 de mayo de 2021)

 

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