UNA INVOLUCIÓN PELIGROSA: LAS POLÍTICAS «ILIBERALES»

 

En medio de la actual tempestad de euroescepticismo y peligroso auge de diversas derechas populistas radicales, algunas de las cuales no tienen reparos en dejar patente sus afinidades con el fascismo, un nuevo escollo aparece en este agitado mar por el cual pretende navegar la Unión Europea (UE) sin encallar en ninguno de los arrecifes que ante ella se presentan: es el de lo que ha dado en llamarse “democracias iliberales”, también denominadas “parciales” o “de baja intensidad”, que son aquellas que se están abriendo paso de la mano  de los emergentes movimientos de derechas antiliberales.

Un claro representante de lo que representa esta involución democrática, maquillada con la denominación de “democracia iliberal”, es el caso de la política que lleva a cabo Viktor Orbán y su partido, el Fidesz, en Hungría. De este modo, Orbán, siguiendo el modelo de sus políticos de referencia, que por lo que a su creciente autoritarismo se refiere no son otros que Vladimir Putin o Recep Tayyip Erdogán, se ha convertido en un defensor entusiasta de esta “democracia iliberal”, la cual, según Madeleine Albrigh, “se centra en las hipotéticas necesidades” de la comunidad nacional, “antes que en los derechos inalienables del individuo” y, por ello, “es democrática porque respeta la voluntad de la mayoría”, pero es iliberal tanto en cuanto “ignora las inquietudes de las minorías”.  De este modo, mientras para un demócrata el proceso político es más importante que la ideología, y le preocupa más que haya elecciones libres, justas y transparentes, por encima de quien las gane, para los políticos iliberales, como Orbán y otros similares, el problema surge cuando éstos intentan acrecentar su poder sin importarles que los medios para lograrlo causen daños permanentes, y en ocasiones irreparables, en las instituciones democráticas de sus respectivos países.

Todos los políticos iliberales, aquellos que debilitan la democracia aunque no acaben con ella como harían los políticos de signo abiertamente fascista que se sitúan a su ya próxima extrema derecha, tienden a desequilibrar el equilibrio e independencia de poderes sobre los que se sustentan los sistemas democráticos y, por ello, maniobran para reforzar el poder ejecutivo, el suyo, a costa del poder legislativo que debería ser su contrapeso, pretenden igualmente controlar al poder judicial, tal y como se pretende por parte del actual Gobierno de Mateusz Morawiecki en Polonia, limitar todo lo que les sea posible el campo de acción de la oposición política y social, así como controlar la mayor parte de los medios de comunicación a su servicio, en la misma medida que neutralizan a los que les son adversos.

Estas políticas iliberales, no sólo están dejando un rastro patente de degradación de la democracia en la Hungría regida por Orbán, sino que algo similar ocurre en Polonia en donde desde que en el 2015 ganó las elecciones el Partido Ley y Justicia (PiS) de Jaroslaw Kaczynski, se observa un claro deterioro de la democracia, o en el caso de la República Checa, en donde su presidente Milos Zeman se vanagloria de definirse como “el Trump checo” o en las políticas llevadas a cabo por Janez Jansa en Eslovenia. De nada han servido las recriminaciones de la UE ante determinadas y muy cuestionables actuaciones de estos dirigentes políticos, como ocurre por ejemplo en materia de la puesta en práctica de políticas migratorias comunitarias, las cuales ha sido desoídas de forma reiterada por estos políticos cada vez más iliberales, que es tanto como decir cada vez menos demócratas y que explotan con habilidad políticas populistas que, hoy por hoy, les resultan muy rentables electoralmente: no han más que ver el antipatriótico papel que están desempañando las derechas españolas, por muy envueltas que vayan en banderas de España, ante la grave crisis actual causada por la pandemia del Covid-19.

Las políticas populistas de signo iliberal pueden abrir un camino de no retorno que, en el peor de los casos podría situar a estos países en la antesala de un ambiente todavía peor cual sería el nuevo fascismo emergente. En este punto crítico, la involución democrática no se produce de una forma violenta sino de formas más sutiles, aunque igualmente peligrosas cual son la manipulación de la información, el control de la justicia o defendiendo una nostalgia de un idealizado pasado en el cual el orden social no era cuestionado. Todos estos riesgos se amplifican en tiempos de crisis e incertidumbres como los actuales y, por ello, ante este asalto (gradual) a los valores democráticos que pretenden estos políticos iliberales, Madeleine Albright nos recordaba que Bill Clinton decía que “cuando la gente se siente insegura, es más probable que tenga líderes fuertes y poco acertados que líderes débiles pero atinados”, porque “a lo largo de la historia, los demagogos han demostrado que generan mucho más fervor popular que los demócratas, y en buen medida es porque parecen más decididos y seguros de sí mismos” y ello, vistas sus acciones y pensamientos, resultan muy peligrosos y se convierten en un riesgo cierto para nuestras democracias, pues hemos de ser conscientes que tras ellos se oculta un asalto a los valores democráticos tal y como ahora está ocurriendo en muchos países de nuestro entorno europeo e incluso en la sociedad norteamericana tras la irrupción en la Casa Blanca de un político tan atípico  y peligroso como es Donald Trump. Lo mismo podemos decir en el caso de España, donde los acerados y reaccionarios mensajes políticos de Vox están hiriendo nuestra democracia, máxime cuando el Partido Popular parece ser incapaz de diferenciarse discursivamente de las propuestas antiliberales y autoritarias de la emergente extrema derecha, un riesgo serio que hay que evitar pues nos va en ello buena parte de nuestro futuro.

 

Villanueva Herrero José Ramón

(publicado en: El Periódico de Aragón, 14 abril 2021)

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