Soy consciente de lo delicado de los temas: las apuestas y el uso de la pornografía ‘online’ en los adolescentes. ¿La sociedad es consciente de su problemática? Desde edades tempranas, los niños y adolescentes tienen total disposición a la tecnología: muy pronto su primer ‘smartphone’, ‘tablet’ u ordenador, tanto para fines educativos como de entretenimiento. Pese a que existen medios como el control parental para restringir su acceso a determinadas webs o el tiempo que navegan, es imposible rastrear o conocer al 100% cuáles son los usos y hábitos reales de sus hijos.
Según datos de 2019 de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC): «un 20% de los menores de edad juega en línea y una parte importante lo hace casi cada vez que se conecta»; «los adolescentes que usan Internet para jugar tienen hasta cuatro veces más probabilidades de desarrollar problemas con el juego». Irene Montiel, profesora de Estudios de Criminología de la UOC y experta en ciberpsicología y cibervictimización, asegura que una prematura edad de inicio es un importante factor de riesgo para desarrollar una adicción al juego: «hoy hay más menores enganchados al juego de azar en línea que nunca y si no hacemos nada para evitarlo, irá a más», sentencia Montiel, autora del libro ‘El juego de azar ‘online’ en los nativos digitales’. El problema es claro. Mas, en cadenas de televisión deportistas de postín, anuncian apuestas deportivas antes de la retransmisión de los partidos Madrid-Barça o de la selección española. Y la Administración mira para otro lado.
Triple A
Pasemos al consumo de la pornografía ‘online’ por parte de los adolescentes. En la página web de RTVE del 10 del junio de 2019 apareció la noticia.: «El primer acceso a contenidos pornográficos de los jóvenes españoles en Internet se anticipa ya a la etapa infantil, con edades tan tempranas como los ocho años». No hay que olvidar el llamado motor de la Triple A, asociado al sexo en Internet: «accesibilidad, anonimato y asequibilidad». Últimamente se añade otra A más, «aceptabilidad». Así lo demuestra la investigación titulada ‘Nueva pornografía y cambios en las relaciones interpersonales’, de abril de 2019, accesible en la Red y presentada por la Universitat de les Illes Balears y la Red Jóvenes e Inclusión en Madrid. Este estudio, coordinado por el pedagogo Lluís Ballester y la catedrática Carmen Orte del Grupo GIFES de la UIB recoge entrevistas a casi 2.500 jóvenes de entre 16 y 29 años, en su mayoría heterosexuales (76,7 %) de siete comunidades y trata de contrastar por primera vez las hipótesis sobre juventud y pornografía publicadas en los últimos diez años. Los resultados constatan que la edad media de inicio en el consumo de pornografía son los 14 años entre los adolescentes hombres, los 16 en las mujeres y los 15 para otras identidades. Sin embargo, al menos uno de cada cuatro varones se ha iniciado antes de los 13 y la edad más temprana se anticipa ya a los 8. Carmen Orte, en la presentación, explicó que se debe «simplemente» a que «los menores tienen un móvil, en el que, aunque no busquen la pornografía, se la encuentran». El estudio pone el foco en la «nueva pornografía» caracterizada por una fácil accesibilidad a través de Internet, un precio asequible (gratuita en su mayoría), la ausencia de límites en cuanto a las prácticas sexuales, en ocasiones incluso ilegales, y por su naturaleza anónima.
Luis Arenas en su libro ‘Capitalismo cansado. Tensiones (Eco) políticas del desorden global’ señala lo inquietante del uso de la pornografía en red cara a la futura socialización sexual a la que se han de enfrentar las generaciones más jóvenes, esos Pulgarcitos o Pulgarcitas que ha dibujado Michel Serres en su elogio de las generaciones digitales. Su aprendizaje sexual corre el riego de producirse a través de una descarnada y salvaje inserción sin mediaciones, que les enfrente a un espectáculo difícil de gestionar mediante unas estructuras afectivas todavía en formación; que no les permita distanciarse de lo que en un adulto cabe al menos suponer: la capacidad de diferenciar la ficción de la realidad; el mundo de la imaginación perversa del terreno de lo real.
Trastornos de control sexual
Según un estudio de la Universidad de Middlesex, hay un alto porcentaje de jóvenes varones que creen tener derecho a sexo en cualquier momento, en cualquier lugar, de cualquier modo y con cualquiera que lo deseen: es decir, creen tener derecho al sexo bajo el formato exacto en que se lo ofrece la pornografía digital. Los médicos y psicólogos nos avisan de que a sus consultas llegan casos de graves trastornos de control sexual por causa de la pornografía en Internet en niños de apenas doce años.
En Japón, que es el segundo país consumidor de pornografía en el mundo tras los Estados Unidos, más de un tercio de los varones entre dieciséis y diecinueve años según las cifras del propio Gobierno no están interesados en el sexo o manifiestan claramente su aversión hacia él.
Pero los adolescentes no solo se limitan a consumir pornografía. De hecho, con los dispositivos portátiles, no pocos se convierten en improvisados productores de imágenes sexuales. Fenómenos como el ‘sexting’, el intercambio privado de textos, imágenes y vídeos de contenido sexual por medio de los teléfonos móviles, proliferan cada vez más. Ya se conocen fechorías sexuales grabadas para ser divulgadas con auténtico fervor entre los amigos.
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