Llevamos ya meses, observando en todos los medios noticias sobre las elecciones norteamericanas. Ya agobia. Han merecido más atención que las elecciones generales en España. Obviamente se debe a que es el país más poderoso y sus resultados tendrán gran repercusión en el resto del mundo. En contraste, a los norteamericanos, lo que ocurre en otros países no les interesa lo más mínimo.
EEUU dista de ser la democracia ideal pensada por sus padres fundadores. Tiene muchos defectos, por lo que resulta injustificada su pretensión de dar lecciones de democracia por doquier, que incluso creen tener derecho a exportarla a cañonazos, como en Irak.
Tiene uno de los peores sistemas electorales, con múltiples mecanismos para torcer la voluntad popular. No funciona el principio clave de una democracia: una persona, un voto. El voto es voluntario, no hay un padrón ni autoridad electoral federal única, hay que inscribirse, se vota un día de semana, cada estado tiene un sistema de votación distinto, el ganador de cada estado (salvo Maine y Nebraska) se queda con la totalidad de los electores, los menos poblados (en general rurales, republicanos) están sobrerrepresentados en el colegio electoral, hay infinidad de mecanismos de «supresión del voto» (negar el derecho político más elemental, sobre todo a los pobres y las minorías,), se redujeron miles de centros de votación en 4 años para desalentar la participación… Joseph Stiglitz, en Capitalismo progresista. La respuesta a la era del malestar, habla de seis reformas para corregir este sistema electoral que vicia todo el sistema democrático: 1) establecer las elecciones en domingo o declarando festivo el día de la votación; 2) pagar a los ciudadanos por votar (o en su defecto, multándolos por no acudir, como en Australia); 3) facilitar la inscripción; 4) anular la prohibición de votar para quienes han cumplido condena; 5) combatir el fraude electoral, y 6) garantizar una vía para obtener la ciudadanía a los llamados «soñadores», jóvenes que han crecido en el país y no conocen otro hogar.
Además, desde que George W. Bush liberó los aportes electorales privados de las corporaciones y lobistas a los Comités de Acción Política (CAP), en base a la decisión del Tribunal Supremo, que por un estrecho margen de cinco votos contra cuatro adoptó la sentencia Citizens United, quedó aún más en evidencia que lo que realmente existe es más una plutocracia que una democracia. El TS falló que, como el dinero no se entregaba en persona al candidato, el desembolso no daba lugar a la corrupción ni lo aparentaba. Este alegato es falso. Una de las razones de que tantos estadounidenses piensen hoy que el sistema político está amañado es su creencia, de lo que mueve el dinero. Corrupción pura y dura. Los cinco jueces que apoyaron la sentencia lo hicieron en función de los intereses del Partido Republicano. Aquí hay otro problema: la subordinación del poder judicial al ejecutivo, que supone un ataque frontal a la democracia, cuya esencia es la división de poderes. La experiencia de la democracia ha demostrado la importancia de los sistemas de pesos y contrapesos. Según el Center for Responsive Politics (CRP), el proceso electoral para elegir al presidente, vicepresidente, representantes y senadores alcanzaría los 10.838 millones de dólares, un 50% más que hace cuatro años. Billetera mata voluntad popular.
Biden ha sido un pésimo candidato, como lo fue Hillary Clinton. Con un historial conservador, exponente del establishment bipartidista que cada vez genera más rechazo, no produjo entusiasmo alguno entre la mayoría que rechaza a Trump (un 60%, según las encuestas). Un tercio de sus votantes, contestaron que lo habían elegido no por afinidad, sino sólo para derrotar a Trump. Su falta de carisma, su edad (78 años), la dudas de su salud mental, su historial conservador como senador (votó a favor de la invasión a Irak en 2003, a diferencia de Sanders u Obama) y una campaña centrada en un discurso de defensa formal de la democracia y las instituciones, por lo que limó todos las propuestas de la plataforma de los socialistas democráticos –cuyas cabezas son Sanders o Alexandria Ocasio-Cortez– como el Green New Deal, el aumento del salario mínimo, la extensión de un sistema de salud universal, la condonación de las deudas de los universitarios, la regulación de la tenencia de armas… Por ello, es complicado que si Biden llega a la Casa Blanca haga frente a los grandes y enquistados problemas estructurales institucionales, políticos, sociales y económicos acrecentados por Trump. No obstante, habrá que ver el protagonismo de Hamala Harris en la vicepresidencia, ya que su agenda contempla políticas dialogantes con el feminismo y las disidencias, de las comunidades afros y latinas. Mira a la clase media devaluada que votó a Trump tanto como a la que ama a Sanders. Algunos sectores demócratas no la apoyaban, pero la necesitaban para ganar porque además les preocupa la edad de Biden.
Afortunadamente hay cierta renovación generacional en el congreso. Fueron elegidos jóvenes de izquierda que desafían al establishment demócrata. Además de Ocasio-Cortéz fueron reelectas: Ilhan Omar, Rashida Tlaib y Ayanna Pressley, insultadas vilmente por Trump. La enfermera Cori Bush, del movimiento Black Lives, el demócrata Jamaal Bowman y Sarah McBride la primera senadora trans.
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