A través de Internet he podido conocer la Tesis Doctoral de 2012 de titulo muy sugerente Usos Públicos de la Virgen del Pilar: De la Guerra de la Independencia al primer Franquismo, cuyo autor es Francisco Javier Ramón Solans, dirigida por los profesores Pedro Rújula López (Universidad de Zaragoza) y Mercedes Yusta Rodrigo (Université Paris 8).
Han participado conjuntamente La Universidad de Zaragoza, Facultad de Filosofía y Letras, en su Departamento de Historia Moderna y Contemporánea; y la Université de Paris 8, Ëcole doctorale Pratiques et théories du sens. Laboratoire d´etudes romaines.
Como he comentado el título es muy sugerente y muy claro tanto en su temática como en su periodo de estudio. Es una tesis brillante desde un punto de vista científico. Y además valiente por su temática, ya que toca y habla de uno de los símbolos más importantes para Zaragoza y Aragón en su conjunto, como también en el resto de España. De entrada, quiero hacer una aclaración, creo que muy necesaria. Soy profundamente respetuoso con las creencias religiosas de cada cual, incluidas la devoción a la Virgen del Pilar por parte de muchos de mis conciudadanos. El artículo en ningún momento pretende herir esos sentimientos religiosos. Me merecen todo el respeto. Lo que no quita para criticar duramente como el franquismo se sirvió espuriamente del culto a la Virgen del Pilar para legitimar su golpe militar, persiguiendo y matando a muchos españoles, muchos de ellos cristianos, y no pocos devotos de la Virgen del Pilar. No creo sea muy cristiana esa actuación del franquismo. Hecha está la aclaración, inicio el relato.
En el artículo me fijaré exclusivamente en el periodo de la Guerra Civil. La primera parte mostraré el uso y abuso del culto a la Virgen del Pilar por parte de los golpistas para legitimar su actuación; cómo la imagen del Pilar quedaría progresivamente asociada a los orígenes violentos del régimen franquista. Una segunda, en un dramático contraste hablaré del libro Fusilados en Zaragoza, 1936-1939, Tres años de asistencia espiritual a los reos, del capuchino Gumersindo de Estella.
El golpe de estado de 18 de julio de 1936 provocó un clima de exaltación religiosa en Zaragoza. Tras el golpe el primer editorial del Noticiero fue pedir a Dios y la Virgen que velaran por la Patria. Desde ese día, la basílica se llenó de gente rezando rosarios por las necesidades de España. En este contexto de exaltación religiosa y patriótica podemos entender la reacción de los zaragozanos ante el bombardeo del Pilar. La madrugada del 3 de agosto, según testimonios locales, un avión camuflado bajo la bandera bicolor dejó caer tres bombas, dos en la basílica y otra en la plaza. El hecho fue interpretado en clave sobrenatural al no explotar ninguna y la que cayó en la plaza hizo una huella en forma de cruz. Pronto se oyeron por Zaragoza gritos “Milagro, Milagro, la Virgen nos protege”. Los actos de desagravio se canalizaron de forma colectiva y siguieron el patrón de protesta muy similar al manifestado durante la República. Se formaron largas colas para besar el Pilar, las vendedoras del mercado, Acción Ciudadana del barrio de San Carlos y otros colectivos compraron ramos de flores. El Noticiero cerraba un artículo titulado “La pagarán, los rufianes” donde dentro de esta cultura nacionalcatólica del pasado utilizaría la omnipresente Guerra de la Independencia para exaltar el combate contra la República:
“La excelsa Patrona de Aragón que en 1808 tornó inofensivas las granadas francesas, ha hecho ineficaces en 1936 las espoletas que habían de prender fuego a la carga de los horribles artefactos caídos sobre nuestro primer templo mariano. Por este verdadero milagro Nuestra Señora del Pilar los daños materiales son exiguos; y por el contrario son grandes los bienes morales”.
El cabildo solicitó a la autoridad militar las bombas para colocarlas en el museo en memoria del bombardeo y del movimiento patriótico militar. El 17 de agosto se colocó una cruz con la fecha del bombardeo en el sitio de la plaza donde estalló una de las bombas. La Virgen del Pilar se vestía definitivamente para el combate. La Guerra era una Cruzada. En todos los actos de desagravio se acusó a los marxistas y los catalanes como los autores del atentado. En algunas cartas de protesta dirigidas a las instituciones zaragozanas se hacía referencia exclusivamente a la responsabilidad de los catalanes (de la Generalidad de Cataluña, las hordas catalanas, la canalla catalana o apóstatas afiliados a la Generalidad). La carta del Ayuntamiento de Letux, pueblo de la provincia de Zaragoza señalaba que el ataque fue realizado por “esos desalmados, cobardes y criminales antiespañoles llamados catalanes”. Otras hablaban de las bandas salvajes del comunismo.
El tiempo de la Zaragoza de retaguardia se saturó de actos y símbolos religiosos. Casi todos los días había algún acto de desagravio ya fuera de los vecinos de Épila (Zaragoza), las juventudes de Renovación española o un desfile de Requetés con Mola. Por su marcado carácter simbólico destacaría la ceremonia del 15 de agosto por la que se colocaba a la Virgen el manto con las insignias de Capitán general del ejército. La imagen del Pilar se vestía definitivamente para el combate.
Los discursos que acompañaron a estas ceremonias contribuyeron a afianzar la representación de la Guerra como Cruzada. Así, en uno de los medios privilegiados para galvanizar a la población, la radio, Santiago Guallar (canónigo del Pilar y diputado las Cortes republicanas en 1931 por Acción Nacional, luego Acción Popular) recurría a otro elemento central de esta cultura de guerra, la sangre como elemento que sellaría el pacto violento con la causa franquista:
“El ejército y el pueblo español unen su sangre a la sangre de los cruzados, a los torrentes de sangre derramados por España en sus luchas seculares contra los enemigos de la civilización cristiana añadiendo un nuevo y áureo eslabón a esta cadena roja de sacrificios que nuestra Patria, la gran mártir y la gran sacerdotisa de la historia ha realizado en defensa de los grandes ideales de la humanidad”.
Las primeras fiestas del Pilar desde el comienzo de la guerra iban a estar marcadas por uno de los acontecimientos bélicos más importantes entre los construidos simbólicamente por el régimen, la toma del Alcázar de Toledo. El Ayuntamiento, que había decidido convidar a las autoridades de la Junta Nacional de Burgos, amplió su invitación a estos militares para “todos unidos dar gracias a nuestra amantísima madre la Virgen del Pilar por haber liberado a esos héroes patriotas del cerco en que les tenían las hordas salvajes al servicio de Moscú”. Franco respondió al telegrama en el mismo código cultural para subrayar lacónicamente como “los defensores del Alcázar Toledo no olvidaron ejemplo que Zaragoza dio en Guerra Independencia”
Así, al igual que ocurrió durante las campañas en el Rif, el Pilar se convirtió en un lugar perfecto para homenajear al ejército. Resulta frecuente encontrar en la prensa la exaltación de la figura devocional del soldado arrodillado ante el Pilar orando en cuya mirada “se nota la petición del patriota que ruega por España, que pide la protección divina para aplastar al enemigo de Dios y de la Patria”.
En paralelo, Francisco Franco culminaba su proceso de ascenso personal con su nombramiento como Jefe de Estado el 1 de octubre de 1936. A pesar de sus avances en el norte, los rebeldes habían sufrido series reveses en sus intentos por tomar la capital con las batallas de Madrid (8 de noviembre de 1936), Jarama (6-24 de febrero de 1937) y Guadalajara (8 al 18 de marzo de 1937). Así, con todo el poder en sus manos y la situación de guerra estabilizada, el dictador reforzó todavía más esta línea de legitimación simbólica de carácter religioso. El celebrado “caudillo providencial” inició una secuencia litúrgico devocional que le llevaría entre mayo y julio de 1937 a repetir el juramento del Cerro de los Ángeles, consagrar España a María y restaurar el voto de Santiago. El lugar elegido para la consagración de España a la Virgen sería la basílica del Pilar, reforzando todavía más el rol preeminente de este culto dentro de la cultura política nacionalcatólica. Además, progresivamente se asoció su devoción a la figura del dictador, un caudillo mesiánico que traía el renacimiento de la España eterna. Boletín Eclesiástico Oficial del Arzobispado de Zaragoza, 15.06.1937, señalaba: “España se presentó ante el Pilar bendito, destrozada, sangrante, pecadora y con clamor salido de lo más hondo de su pecho, hizo protestas de su amor, de su fervoroso anhelo de renovarse. La España que nace, la que acaudilla el invicto general Franco, la que quiere recoger la vieja savia de nuestras gloriosas tradiciones para que inspire a los forjadores del nuevo imperio, recordando que es de María, que de entre sus hijos salieron los adalides marianos por excelencia, renovó su consagración a la dispensadora de todas las gracias”.
El texto de consagración tenía un carácter bastante violento y remitía una vez más a la idea de Guerra Santa ya que tras recordar la importancia del culto a la Virgen para el ejército español, pasaba a pedirle el acierto de Franco, la victoria del ejército y el sostén de la “Iglesia martirizada y santa” para que no “decaiga el valor que exige la constante violencia de tan santa contienda”. El acto terminaba diciendo “acelera, Madre Nuestra, el triunfo de nuestras armas, para que se cumpla en nuestra amada Patria el designio del Sumo Pontífice Pío XI, de “la paz de Cristo en el Reino de Cristo”.
Tras la conquista de Vinaroz, el territorio republicano quedó divido en dos, alejando definitivamente el frente de guerra de la capital aragonesa. Aunque las tropas republicanas contraatacaron el 25 de julio de 1938 en la conocida como Batalla del Ebro, el 2 de agosto el avance quedó detenido y los frentes se estancaron. Entre tanto, las esperanzas republicanas de una internacionalización del conflicto quedaron rotas con los acuerdos de Munich de septiembre de 1938 por el que Alemania se anexionaba los Sudetes. Es en este contexto tan favorable en el que visita la ciudad de Zaragoza para las fiestas del Pilar la ascendente figura del entonces ministro de Interior Ramón Serrano Suñer. Durante su estancia en la capital aragonesa, Ramón Serrano Suñer entregó un manto para la Virgen del Pilar en el que estaba escrito “a Vos, Virgen Santísima, os ofrezco en este manto el Escudo de España –obra de mis amores-suplicando fervorosamente que derraméis vuestras celestiales bendiciones sobre el Imperio que simboliza forjado con tanta sangre de hermanos –héroes y mártires-por la Religión y por la Patria”.
Así, el día 11 de octubre de 1938, el ministro, acompañado de todas las autoridades civiles de la ciudad, fue recibido en la Plaza del Pilar por un público que brazo en alto escuchaba el himno nacional. Tras la ceremonia, el ministro arrodillado ante la Virgen pronunció un juramento similar al de mayo de 1937 pero que hacía todavía más énfasis en la fundación violenta del régimen al pedir que hiciera “fecunda la sangre de nuestros hermanos caídos por la Patria; que ella sirva sólo a la gran causa de la salvación del destino y de la Historia de España. A la salvación de nuestros valores espirituales, aunque la empresa exija el sacrificio parcial o total de los valores materiales. Haced, señora y madre nuestra, que sirva para crear la segunda, definitiva y eterna unidad de España”. De esta manera, la imagen del Pilar quedaría progresivamente asociada a los orígenes violentos del régimen franquista. Como señalaba el Arzobispo de Zaragoza, Rigoberto Domenech, a través de esta ceremonia, el pueblo español “presenta a Nuestra Señora sus luchas y combates, sus penalidades y congojas, las amarguras pasadas y las penalidades presentes como expiación de culpas y garantía de enmienda y lealtad futura”. Nos encontramos pues con un pacto de sangre ante la Virgen del Pilar, fundado en el sufrimiento de un pueblo cuyo sacrificio es exigido por la religión y la patria.
Si la guerra fue interpretada en un lenguaje violento cargado de reminiscencias religiosas, la victoria necesariamente debía ser comprendida por esta cultura política como culminación de la Cruzada, ofrenda de sangre de mártires, intercesión sobrenatural y expiación por los pecados de España. Nada más conocer la definitiva derrota de los republicanos por el parte oficial retransmitido por Radio Nacional el 1 de abril de 1939, el alcalde fue a felicitar al capitán general de la Quinta Región y luego marcharon “para dar gracias a nuestra excelsa patrona por la Divina Protección que nos ha dispensado durante toda la campaña”. Cuatro días después, el Ayuntamiento aprobaba que para solemnizar la fecha del 1 de abril, “año de la Victoria” se hiciera constar en el libro de oro de la ciudad la gratitud a la Virgen del Pilar por su protección durante la guerra.
Dentro de las celebraciones de la victoria en Zaragoza, este pacto de sangre sellado a los pies de la Virgen del Pilar fue uno de los elementos clave. A propuesta del concejal alfonsino Juan Manuel Cendoya, el Ayuntamiento homenajeó al ejército franquista a través del cuerpo de Aragón y su general en jefe Moscardó. Siguiendo la estela de Barcelona y Sevilla, y de una manera similar a lo que ocurriría en los festejos de Madrid, Burgos y Valencia, el concejo zaragozano organizó un desfile y una misa por los héroes caídos en la campaña delante de la Virgen del Pilar, “Capitán general de nuestro ejército y excelsa Protectora de nuestra España”. A la vez que terminaba la guerra, se acababa de configurar su interpretación religiosa y la cruzada milagrosa entraba a formar parte de la tradición pilarista. La victoria de Franco venía a completar un relato construido sobre tres enemigos, los franceses, los moros y el marxismo, que harían a su vez referencia a tres conflictos contemporáneos, la Guerra de la Independencia, el Rif y 1936-1939.
En contraposición a los acontecimientos relatados en Zaragoza y los pueblos que quedaron en el lado rebelde fueron sometidos a una represión brutal levada a cabo fundamentalmente por jóvenes falangistas. Pienso que no estaría de acuerdo con ella, la Virgen del Pilar, en el caso de su existencia.
Para hacernos una idea de la crueldad de los rebeldes existe un libro, unas Memorias escritas por el capuchino Gumersindo de Estella, generadas por su asistencia espiritual a numerosos condenados a muerte en la cárcel de Torrero de Zaragoza entre los años 1937-1942. Su título es Fusilados en Zaragoza, 1936-1939, Tres años de asistencia espiritual a los reos. La primera asistencia, reflejada en la obra, a condenados a muerte se lleva a cabo el 22 de junio de 1937 y la última el 10 de marzo de 1942, casi tres años después de acabada la Guerra Civil. El esquema de la obra es muy simple. Sobre las 4 o las 5 de la mañana es requerido el padre Gumersindo, para que desde su residencia en el convento capuchino, al lado del Canal Imperial, vaya a la cárcel de Torrero para asistir espiritualmente a los condenados a muerte, para intentar darles la confesión, ofrecerles la misa y la comunión a aquellos que lo deseasen, y finalmente acompañarles a las tapias del cementerio, para después del fusilamiento, administrarles la Santa Unción.
El relato es en muchos momentos estremecedor y durísimo. Hay páginas difíciles de digerir. Una estancia, que hacía las veces de capilla, con una mesa de altar con todo lo necesario para la misa; en la pared y sobre dicha mesa aparecía un retrato de Franco; y debajo de la efigie del dictador, un crucifijo; a ambos lados, dos velas. Éste es el escenario elegido por las fuerzas rebeldes franquistas, para que se confesasen por última vez los presos. El retrato de Franco, quien ha firmado su pena de muerte, está presente para humillarlos más si cabe. Alguno de los presos se rebelaba, aduciendo que no podía confesarse ante este escenario. Alguno también culpaba a la Iglesia católica de complicidad, porque permitía y secundaba semejantes atrocidades, como ya veremos más adelante. En concreto uno de los reos fusilado el 22 de junio de 1937, argumenta que rechaza esa religión, que está matando un millón de españoles, esa religión fascista
Si estos momentos descritos en el párrafo anterior son dramáticos, no lo son menos todos aquellos que relatan el traslado a las tapias del cementerio y los mismos fusilamientos. Era una comitiva numerosa y dantesca. Solía hacerse en un autocar, en el que estaban los guardias, los reos, los padres religiosos. En autos particulares iban el director de la prisión, un par de oficiales de la misma, el juez de ejecuciones con su secretario, algún agente de policía y del juzgado, cuatro o cinco señores de la Hermandad de la Sangre de Cristo, el médico de la cárcel. Este viaje para el preso debía ser terrible.
Llegamos al fusilamiento. Los soldados solían ser 4 o 5 por reo. Muchas veces acostumbraban a fallar voluntariamente en sus disparos, con lo cual se acrecentaba el sufrimiento. El 21 de septiembre de 1937, día que fusilaron a seis, después de la descarga todavía palpitaban y respiraban fuertemente sobre un charco de sangre, momento que sirvió para darles la absolución y la Santa Unción. Detrás del religioso un teniente les daba dos o tres tiros en la cabeza, saltando el cráneo, quedando con los ojos abiertos. El 14 de julio de 1938 se produjeron 8 fusilamientos; lo novedoso consistió en que después de ser conducidos en un camión hacia la tapia del cementerio, al divisar la tropa, se paró el vehículo; y recibieron la orden de no saltar a tierra; pasó un cuarto de hora y nadie daba orden de bajar; el padre capuchino pregunto qué pasaba, la respuesta fue que se habían olvidado los cartuchos. No hace falta hacer muchos comentarios. El hecho se comenta por sí mismo.
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